Eduardo Gudynas
Es necesario repensar alternativas propias ante una mundialización comercial y financiera que se fractura, cuyos mitos políticos son disputados y que se hunde en una crisis ecológica.
Los debates sobre la globalización siguen presentes y en buena medida han recrudecido. Persisten los conocidos cuestionamiento sobre las condiciones y efectos económicos y políticos que desata el orden mundial. Sin embargo, la situación internacional no ha dejado de cambiar, lo que exige repensar tanto los problemas identificados como las alternativas posibles.
Esto tiene serias implicancias para América Latina, ya que los viejos análisis resultan ahora insuficientes porque el contexto global actual es distinto al de años atrás. No ayudan tampoco los conocidos reduccionismos de globalizadores entusiastas que celebran seguir a Estados Unidos y a la Unión Europea, ni los contestatarios simplistas que creen que las alternativas se resuelven si América Latina se recuesta, por ejemplo, en China. Todo esto hace necesario repensar el papel de la región en el mundo a partir de sus propias condiciones.
La condición colonial
América Latina siempre ha estado enmarcada en procesos de mundialización. Comenzaron con la Colonia, para luego seguir reproduciéndose de otros modos. El papel dominante de Estados europeos. como ocurrió primero con España y Portugal, y luego con Inglaterra, Francia o Alemania, pasó más tarde a estar en manos de Estados Unidos. Cualquier reflexión actual sobre la globalización, mirada desde América Latina, tiene que tener muy en cuenta aquella condición colonial y su sucesión bajo una colonialidad en las ideas.
Para dejar en claro que esa condición ha sido señalada desde hace tiempo atrás, es apropiado recordar la confesión de un académico alemán, Walter Goetz, en 1930, poco después de la Primera Guerra Mundial. En su introducción a un voluminoso estudio colectivo sobre el “sistema de los estados mundiales” reconocía que Europa occidental fue única en considerarse como el “centro natural de la Tierra”, entendiendo que estaba llamada a “establecer su dominación sobre todos los demás pueblos” (1). Los europeos manifestaban un “espíritu” que se proponía “la dominación sobre la naturaleza y el imperio espiritual sobre el mundo entero”. Ese empuje, decía Goetz, convirtió a los demás continentes en “objetos de la explotación europea”, la que “despiadadamente aniquila lo que estorba a sus fines”. Nada de eso ha cambiado en su sustancia, y es bueno recordarlo.
Una globalización comercial y financiera
Ese proceso comenzó a ser descrito con el término globalización en las últimas décadas del siglo XX, apuntando sobre todo a cuestiones comerciales y financieras. Incluían, por ejemplo, la liberalización del intercambio de bienes, servicios y capital. Esa mundialización estuvo, y está, enmarcada en estrategias de desarrollo capitalista, aunque se toleraba cierta diversidad, como ocurría con los países de Europa del Este o con China. Casi toda América Latina se sumó a esa moda, firmando toda clase de tratados de libre comercio, acuerdos financieros y mecanismos de protección para el movimiento de capitales.
Ese programa de globalización tenía, al mismo tiempo, un fuerte componente político. Se lo expresaba en clave liberal, pregonando que a medida que se liberalizaba el comercio se difundiría la democracia (al estilo occidental), el reconocimiento de los derechos de las personas, en especial sus libertades básicas, y aspiraciones en cuanto a la igualdad y la protección ambiental (también en un sentido occidental). Entendida de esa manera, la globalización podría tener sus tropiezos, pero era asumida como un proceso positivo tanto en sus planos económicos como sociales y políticos.
Aquellos años eran de optimismo. Se creía que a medida que se acentuaron los nexos comerciales caerían los regímenes dictatoriales, se fortalecería la democracia, y se volverían más difíciles, sino imposibles, las guerras entre los países. Esa ilusión se reflejó en la conocida sentencia del periodista Thomas Friedman de la imposibilidad de un conflicto armado entre dos países que tuvieran locales de la cadena de hamburguesas McDonald’s (2). A su entender, la presencia de esa corporación implicaba que los nexos económicos con la globalización eran tan estrechos que se volvía muy difícil un enfrentamiento bélico.
Esas ideas fueron repetidamente cuestionadas. No pocos advirtieron que ese modelo en realidad estaba más interesado en asegurar ventajas y controles comerciales y económicos de los países industrializados, que de ese modo hacían que persistieran los mismos centros de poder del pasado. Desde una mirada latinoamericana, esa globalización implicaba reforzar los roles dominantes de Estados Unidos, en muchos casos junto a la Unión Europea. Ese proceso era conducido sobre todo por empresas transnacionales e instituciones financieras, con la cobertura de los gobiernos, y es por esa razón que se sumaron críticas, tanto en el sur como en el norte, que alertaban de una globalización desbocada impulsada por los CEO empresariales. Entretanto, los componentes políticos, tales como una democracia de estilo liberal, quedaban relegados.
A pesar de todos sus claroscuros, muchos actores políticos y empresariales latinoamericanos defendían la versión edulcorada de la globalización, y sus mistificaciones fueron alimentadas una y otra vez por sectores tales como mineras, petroleras o brokers agropecuarios. Por supuesto que ese tipo de globalización aseguraba sus negocios, pero al mismo tiempo reforzaba la dependencia de esta parte del mundo.
Fragmentación y fractura
La globalización económica y liberal soñada comenzó a enfrentar serias dificultades al iniciarse el siglo XXI. En un repaso muy esquemático, puede indicarse que fue golpeada por la crisis económico financiera de 2008 en los países del norte, para dar paso a restricciones y enfrentamientos comerciales que echaban por tierra sus metas de un comercio libre. Un evento claro fue la guerra comercial entre Estados Unidos y China, iniciada por el gobierno de Donald Trump en 2018. Un caso análogo, en América Latina, fueron los sucesivos fracasos del acuerdo de libre comercio entre la Unión Europea y el Mercosur (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay). Durante la pandemia por coronavirus ocurrieron feroces competencias entre países, aún dentro de bloques como la Unión Europea. Luego siguió la invasión de Rusia a Ucrania, que entre otras cosas significó el derrumbe definitivo del modelo de la paz de las hamburguesas de Friedman. En mayo de 2022, esa corporación abandonó aquel país, y el Kremlin autorizó su nacionalización con capitales rusos, para ahora llamarse “Vkusno-i tochka”. Más recientemente, la operación militar de Israel en Gaza, y las reacciones de los gobiernos occidentales, dejaron por el camino, otra vez, las pretensiones occidentales de ser ejemplo de democracia y derechos.
Se vuelven evidentes varios cambios. El primero a destacar es el regreso al primer plano de los Estados en controlar sus inserciones globales, relegando a los actores empresariales y financieros. A raíz de la invasión a Ucrania, el eje de Washington y Bruselas impuso restricciones y condiciones al empresariado, tanto en el comercio como en los flujos de capital, en relación con Rusia y sus aliados, y que en su mayor parte fueron acatadas por los CEOs. También se lanzaron advertencias a otros países sobre sus relaciones comerciales con Rusia, y no es menor que incluso China atendiera esas advertencias. Esas acciones fueron a su vez apoyadas por otros países industrializados, tales como Canadá, Australia y Japón, lo que revitalizó todavía más el papel dominante de Estados Unidos (3).
Desde América Latina, más allá de las más evidentes implicancias negativas de esos hechos, no puede dejar de advertirse que estamos ante un ajuste de las tenazas políticas de la globalización que acota las posibilidades para una inserción latinoamericana autónoma. El intento de remontar esa condición, como pretendieron México o Brasil, tuvieron limitaciones notorias, ya que buena parte de los gobiernos latinoamericanos actuales se alinearon con el eje Washington–Bruselas.
También se abandona entender la mundialización como un proceso esencialmente económico. Por el contrario, las consideraciones de seguridad nacional y defensa volvieron al primer plano, se las reviste de toda clase de argumentos nacionalistas, y las disputas ya no son solamente comerciales, sino que han derivado en guerras. Hoy, en varios sitios, se disparan misiles, los aviones lanzan bombas, y los soldados mueren en trincheras.
De este modo, aquella globalización que buscaba homogeneizar, se fracturó y fragmentó. Asoman bloques de naciones que protegen sus economías, disputan los mercados externos y compiten contra otros grupos de países. La situación es tan grave que la gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Kirstalina Georgieva, reconocía esta fragmentación hace unos meses atrás (4). A su juicio, a medida que la cooperación internacional retrocedía, se conformaban bloques rivales que sumaban barreras al comercio y las inversiones, y eso impedía lidiar con asuntos planetarios como el cambio climático, pandemias o incluso la guerra.
Observando esta situación desde América Latina, como ha indicado claramente el economista peruano-mexicano Oscar Ugarteche, la globalización se fracturó. La pretensión universalista está en suspenso, y a medida que Estados Unidos y sus aliados entienden que ya no pueden condicionar a China bajo su programa global, pasaron a una estrategia de competencia directa (5).
Disputas políticas
La dimensión política merece una consideración un poco más detallada. La globalización no solamente enarbolaba legitimaciones económicas, sino que también ofrecía un ideal político que descansaba en un liberalismo democrático asentado en la tradición cultural europea, tal como se apuntó arriba. Pero así como el orden comercial está en disputa, lo mismo ocurre con esas ideas políticas.
En efecto, países como China, Rusia y otros, promueven sus propios programas de mundialización mientras que al mismo tiempo no aceptan, e incluso critican, ese modelo de la política liberal. Los acuerdos comerciales que se tejen, por ejemplo desde Pekín, no imponen una agenda política a sus socios, pero al mismo tiempo, no toleran que le cuestionen su orden interno bajo el férreo control desde un partido único.
Su éxito económico hace que, por momentos, ese país sea visto como un ejemplo de reducción de la pobreza, que podría resultar atractivo para otras naciones del sur. Pero defiende, a su modo, un llamado autoritarismo “sensible” que brinde coherencia ideológica, resista lo que denomina como infiltración cultural, y asegure el orden aunque responda a algunas demandas ciudadanas (6).
Otro caso de rechazo al ideal político liberal es de la Rusia actual bajo Vladimir Putin, donde está en marcha una narrativa que rechaza a Occidente, y que asume, sin ocultarlo, e incluso con orgullo, que necesita de una autocracia a la que llama democrática (7).
La condición ecológica
Al mismo tiempo, el énfasis en consideraciones económicas y políticas sobre la globalización resultaron en que no se abordó adecuadamente la dimensión ecológica. Todo el planeta está en un acelerado proceso de transformación, y el cambio climático es un ejemplo evidente. Ese factor como otros incide, pongamos por caso, en la sucesión de eventos extremos vividos recientemente en América del Sur. Por ejemplo, en poco tiempo se han sucedido eventos que pasan de déficits hídricos a sequías severas, para luego padecerse lluvias torrenciales e inundaciones. Esto ha ocurrido en un áreas de Argentina, Uruguay y el sur de Brasil, en distintas regiones andinas, e incluso en la Amazonia.
Desarreglos ecológicos de ese tipo tienen impactos en las economías locales y nacionales. Es así que aquella sequía en los países platenses derrumbó las áreas cultivadas, generando enormes pérdidas en la exportación de granos. Pero a pesar de ello, el mundo empresarial y sus contrapartes políticas latinoamericanas padecen enormes dificultades para entender que el contexto ecológico global es tan importante como el comercial y financiero.
En cambio, la elite global desde hace años observa la relevancia que tienen esos factores ambientales planetarios. Es así que la evaluación de riesgos globales del Foro Económico Mundial de Davos, considera que los más severos para los próximos dos años radican, en primer lugar en la desinformación y mala información, seguido por los eventos climáticos extremos, la polarización social, la ciberseguridad y la guerra entre los países. Como puede verse, en esos primeros cinco asuntos ninguno es económico, como muchos podrían esperar; los riesgos económicos recién aparecen en el séptimo puesto (inflación) y noveno (caída económica) (8).
Ampliando la escala en consideración a los próximos diez años, los resultados son más reveladores. Los cuatro primeros asuntos son todos ambientales: eventos climáticos extremos, cambios críticos en los sistemas de la Tierra, la pérdida de biodiversidad y el colapso de ecosistemas, y la escasez de recursos naturales. Ninguno es económico en los primeros diez lugares.
Como puede verse, esos políticos, empresarios y académicos vinculados al Foro de Davos “ven” una globalización condicionada por factores ambientales, y luego, por las demandas sociales o políticas. Los riesgos ambientales dependen de procesos ecológicos que no pueden ser fácilmente revertidos por decisiones humanas, como puede hacerse, por ejemplo, con el control de los precios o la emisión de deuda. En cambio, si una especie se extingue, no hay marcha atrás, y la creciente preocupación es que posiblemente estemos alcanzando umbrales sin retorno en la transformación ecológica del planeta.
Los riesgos ambientales no están aislados sino que a su vez se encadenan con otros que son sociales, políticos y económicos. Al considerar, por ejemplo, factores como el colapso de ecosistemas o la escasez de recursos naturales, se provocarían rupturas en las cadenas de suministro más importantes, lo que a su vez podría alimentar recesiones económicas y polarización social. Queda en claro que todas esas dimensiones están articuladas entre sí.
Alternativas propias
Este breve repaso muestra que es urgente analizar las nuevas dinámicas de los procesos mundiales, no sólo para comprender los factores externos que inciden en los problemas actuales, sino para diseñar alternativas al futuro. Esa tarea necesariamente debe partir reconociendo las condicionalidades de la colonialidad. América Latina continúa como región proveedora de materias primas, aunque con el tiempo cambian las palabras empleadas en describirlo, se modifiquen los agentes económicos y los destinos de exportación. Hace unas décadas atrás, las contrapartes comerciales más importantes eran europeas y Estados Unidos, y hoy lo es China, pero sea en unos casos o en otros, la subordinación persiste.
Al mismo tiempo, las condiciones ecológicas que se deterioran a nivel global imponen urgencias. Al depender de la extracción de recursos naturales para exportarlos, se producen impactos locales y conflictos ciudadanos, pero también se contribuye a la degradación ambiental planetaria. Por lo tanto, cualquier alternativa latinoamericana ante la globalización necesita dejar atrás esa dependencia extractivista. Eso lleva a mirar algunos acontecimientos de otras maneras; por ejemplo, el intento del gobierno Petro en Colombia de dejar atrás los extractivismos fósiles puede ser más relevante para recuperar una autonomía colombiana ante la globalización que, pongamos por caso, las declaraciones de apoyo de la administración Lula al gobierno Putin.
Los aspectos económicos que son tal vez los más discutidos, siguen manteniendo su vigencia. En ese terreno existen muchos aportes latinoamericanos en cuestiones como los modos de lidiar con la deuda externa. Pero también debe darse atención a las consideraciones política bajo este nuevo contexto.
Las prácticas y discursos globales de inspiración liberal, tal como los que expresa el eje Washington–Bruselas, poseen limitaciones bien conocidas. Está claro que debe insistirse en la crítica ante el mito de una globalización económica que promovería avances democráticos. Pero al mismo tiempo, tampoco se debería caer en el simplismo de asumir que la alternativa estaría, pongamos por caso, en seguir a Pekín o Moscú.
Se llega así a una cuestión que no siempre es abordada, pero que debe ser atendida en América Latina, y en especial desde los movimientos ciudadanos. Estos han defendido las prácticas democráticas, e incluso han reclamado su radicalización con más participación ciudadana y mejor cobertura de los derechos. Recordemos que ese ha sido un componente esencial, por ejemplo, en las movilizaciones populares contra los regímenes autoritarios en el siglo XX. Ese compromiso hace que, por un lado, se deban considerar los déficits democráticos en los regímenes del norte industrializado, y por el otro lado, sea imposible aceptar como meta algún tipo de autoritarismo o autocracia, como los defendidos en Moscú o Pekín.
Es por ello que América Latina debe elaborar sus propias alternativas políticas para insertarse en el mundo. Esto no implica negar los problemas que se padecen en cuanto a la calidad democrática, como es evidente al observar, por ejemplo, la situación actual en Perú o Venezuela. Pero tampoco puede olvidarse que la región tiene sus propias experiencias en el fortalecimiento democrático, no ha renunciado a esas metas de convivencia, y puede mostrar con orgullo muchos aciertos. Tener esto presente debe ser otro punto de partida para las alternativas ante la globalización.
Notas
1. “El descubrimiento del globo”, W. Goetz, en: Sistema de los Estados Mundiales, Historia Universal, tomo IX, Espasa Calpe, Madrid, 1957.
2. Foreign affairs Big Mac I, T. Friedman, New York Times, New York, 8 diciembre 1996, https://www.nytimes.com/1996/12/08/opinion/foreign-affairs-big-mac-i.html
3. “Muy lejos está cerca. Los efectos de la guerra en Ucrania sobre el comercio global, energía y recursos naturales latinoamericanos”, E. Gudynas, RedGE, Lima, 2022.
4. The price of fragmentation, K. Georgieva, Foreign Affairs, 22 agosto 2023, https://www.foreignaffairs.com/world/price-fragmentation-global-economy-shock
5. “La globalización fragmentada: una discusión conceptual”, Oscar Ugarteche, Ecuador Debate, Quito, 120: 49-69, 2023.
6. Ver, por ejemplo, “The rise of authoritarianism in China in the early 21st century”, A.Y. So, International Review Modern Sociology 45: 49-70, 2019.
7. Ver, por ejemplo, “Nationalization of the future: paragraphs pro sovereign democracy”, V. Iu. Surkov, Russian Studies Philosophy 47: 8-21, 2009.
8. The global risks report 2024, World Economic Forum, Davos, 2024.
Eduardo Gudynas es analista en el Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES); artículo publicado en Le Monde Diplomatique, No 242, abril 2024, pp 12-13, Bogotá.