por Patricia Gainza – Una de las formas emergentes de la violencia más reciente es la proliferación de maras y otras pandillas juveniles. A lo largo de todo el mundo se encuentran pandillas principalmente de jóvenes. Su tamaño y naturaleza varía muchísimo, en algunos casos se trata de un grupo eminentemente social y en otros se convierten en redes delictivas organizadas. Todas las variantes responden a la necesidad básica de pertenecer a un grupo y crear su propia identidad (Krug, 2002).
Las pandillas son básicamente un fenómeno masculino, aunque en países como Estados Unidos las niñas y adolescentes están formando las propias. La edad de los miembros de la pandilla puede variar entre los 7 y los 35 años, pero comúnmente son adolescentes o veinteañeros. Suelen provenir de zonas económicamente desfavorecidas y de ámbitos urbanos y suburbanos de clase trabajadora con bajos ingresos. A menudo, los integrantes de las pandillas han abandonado la escuela y tienen trabajos mal remunerados y de baja capacitación. Muchas pandillas de los países de ingresos alto y mediano están integradas por personas pertenecientes a minorías étnicas o raciales con diversos grados de marginación.
Las pandillas se asocian con el comportamiento violento. A medida que los jóvenes pasan a formar parte de estos grupos, se tornan más violentos y se involucran en actividades más arriesgadas y/o ilícitas.
Una sofisticada serie de factores lleva a que los jóvenes opten por integrarse a una pandilla. Estas proliferan en los lugares donde se ha desintegrado el orden social establecido y donde no hay formas alternativas de intercambio cultural. Algunos factores económicos, sociales, comunitarios y personales que conducen a los jóvenes a incorporarse en un grupo de estas características son: la falta de oportunidades de movilidad social o económica (dentro de la misma sociedad que promueve altos niveles de consumo); el declive en el cumplimiento de la ley; la interrupción de los estudios; algún tipo de adicción; la falta de orientación, supervisión y apoyo de los padres u otros miembros de la familia o la comunidad; el castigo físico severo o la victimización en el hogar; el hecho de tener compañeros que ya forman parte de una pandilla.
La Mara Salvatrucha
“En Latinoamérica los países del cono sur no llegan ni de cerca a los niveles de violencia urbana que se vive en Centroamérica”, afirmó el representante regional del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) Niels Katsberg, (Independiente, 2005) con excepción de las favelas de Río de Janeiro en Brasil, controladas por el narcotráfico, donde operan grupos que comparten algunas características similares a las maras centroamericanas, pero con identidad propia.
Atravesados por la exclusión y la falta de alternativas, cada vez son más los jóvenes centroamericanos reclutados por las maras, organizaciones verticales con códigos mafiosos, vinculados al narcotráfico, al tráfico de personas y a la delincuencia urbana. Hay unos 30.000 a 35.000 miembros de estas maras en El Salvador, país que “inventó” el concepto identitario y una cantidad similar en Honduras. Asimismo, en Estados Unidos, en 1996 estaban operando unas 31.000 pandillas en cerca de 4.800 ciudades grandes y pequeñas. (Ramos y Lemgruber, 2004).
Originariamente las maras estaban compuestas por salvadoreños que emigraron a Estados Unidos (especialmente al estado de California) durante la década de los ochenta ya que el país se encontraba en plena guerra civil (1979-1992). Con el transcurso de los años han llegado a constituir importantes grupos delictivos.
La palabra mara es un apócope de “marabunta” que es una especie de hormiga que como insecto social vive en colonias y construye grandes nidos, y se comenzó a utilizar en El Salvador en los años ochenta para denominar a las “pandillas”. “Salvatrucha” por su parte, se compone de dos palabras: salvados y truchos (inteligentes o despabilados en el caló local), que en Estados Unidos hacía referencia a aquellos que habían escapado de la guerra o de la policía migratoria al cruzar las fronteras.
Actualmente los grupos más organizados se encuentran en El Salvador y Honduras donde llegan a constituir verdaderos regimientos, pero también existen ramas importantes en Colombia, Venezuela y México. Se expanden geográficamente hacia el resto de la región, generalmente en trenes de carga, donde viajan como polizontes. Suelen migrar a México (donde existen grandes grupos instalados, que ya representan serios problemas de seguridad para la ciudadanía y las autoridades) para luego ingresar de manera ilegal a Estados Unidos. Actualmente existen brazos de esta organización criminal que llegan hasta Canadá. Dentro de las más conocidas están la mara ‘salvatrucha’ y la ‘mara 18’ (en alusión a la región de Estados Unidos con la cual se identifica).
El Salvador y las maras
En El Salvador ha habido 49.317 homicidios desde la firma de los acuerdos de paz en 1992. Según el “Informe de Defunciones por Homicidios entre 2001 y 2004”, elaborado por la Unidad de Estadística del Instituto de Medicina Legal (IML) de El Salvador, durante el 2004 se registraron 2.933 muertes violentas, de las cuales el 81% tenían entre 18 y 39 años y el 82% eran hombres. La tasa de homicidios en El Salvador por cada 100.000 habitantes en ese año y según datos del PNUD ascendió a 50. Si calculamos la tasa por género, de cada 100.000 salvadoreños, 80 son asesinados; mientras que cada 100.000 salvadoreñas, la tasa decrece a 8. Esto reafirma el fenómeno de las pandillas como un proceso mayoritariamente masculino (PNUD, 2005).
Si analizamos los datos por área geográfica-administrativa, San Salvador sigue siendo el departamento más violento de los 14 que conforman el país, con el 39% de los homicidios en el 2004. Lo siguen los departamentos La Libertad y Sonsonate, en este último encontramos la tasa más alta del país con 70 de cada 100.000 habitantes asesinados. Es decir, en San Salvador se da el mayor número de homicidios en números absolutos, ya que también es el departamento que concentra una alta porción de la población (sólo el área metropolitana de San Salvador equivale al 21.6% del total de la población salvadoreña) y en Sansonate se da la mayor cantidad de muertes violentas en relación al número de habitantes de la localidad. El 65% de los casos de homicidios se concentran en las zonas urbanas.
El informe del IML afirma que un alto porcentaje de los homicidios acaecidos no tiene un móvil reconocido (48%), pero especifica que casi el 34% de los ocurridos en el 2004 se atribuyen a la delincuencia común, un 8% a la violencia social y sólo un 10% es relacionado con las maras. En El Salvador, en los 12 años que van de 1992 a 2004, se ha dado en promedio 10 muertes por día y durante el 2004 este promedio ha descendido a ocho. De todas formas, la tasa de homicidios nacional duplica la media latinoamericana: se cometen 50 homicidios por cada 100.000 habitantes mientras que en Latinoamérica se comenten 27 por cada 100.000. Las armas de fuego son el medio más empleado, consecuencia lógica en un país en donde medio millón de armas se distribuyen en 6.7 millones de habitantes. (Dalton, 2005).
El IML analiza las causas que contribuyen al ritmo de homicidios y entre ellas destacan la urbanización y el crecimiento no planificado; la falta de pertenencia y de identidad de la juventud; y el hacinamiento en los hogares pobres.
Elías Antonio Saca, actual presidente de la república de El Salvador, mantiene vigentes varios operativos dentro de su denominado Plan Súper Mano Dura, que muchos afirman es una campaña publicitaria más que una estrategia de combate a la criminalidad. El gobierno salvadoreño responsabiliza a los mareros de la mayoría de los crímenes, sus estadísticas estiman que estas pandillas cometen al menos el 50% de los homicidios acaecidos y no el 10% que afirma el IML. De acuerdo con José Miguel Cruz, autor de la investigación “Armas de fuego y violencia”, las maras antes de 2003 eran responsables de al menos 20% de los crímenes y en el 2005 se les podría atribuir el 35% del total de los mismos. La gran discrepancia numérica existente entre los datos de las distintas investigaciones se podría explicar por el 48% de homicidios con móviles “sin identificar” que contienen los datos del IML de El Salvador.
Estos datos traen como consecuencia el costo de 1.700 millones de dólares en gastos médicos y pérdidas materiales. (PNUD, Entrevista, 2005). Otras consecuencias igualmente graves que surgen de la existencia de estos grupos y que contribuyen al existente círculo vicioso de la violencia, son los “grupos de exterminio” tales como La Sombra Negra que actuó en el oriente salvadoreño (departamentos de La Unión, Morazán, San Miguel y Usulután) en la década de los noventa en contra de los grupos pandilleros. Estos existen también en Guatemala y Honduras.
Cuadro 1. Tasa de homicidios en Centroamérica.
Fuente: BID. 1999-2003
Países | Tasa |
El Salvador | 50* |
Honduras | 41 |
Guatemala | 35 |
Latinoamérica | 27 |
Panamá | 11 |
Nicaragua | 10 |
Costa Rica | 6 |
* PNUD. Datos, 2004.
La reflexión inevitable es que estas pandillas y las propias maras paradójicamente se convierten en formas de inclusión que desarrollan el sentimiento de pertenencia de los individuos. El vínculo en este caso es la violencia y se desarrolla el sentimiento de pertenencia al grupo a través de distintos “ritos iniciativos” como en otras colectividades humanas. De hecho, el rito inaugural es “una paliza” al nuevo miembro propinada por los integrantes más antiguos. Las reglas son muy estrictas y los códigos de lealtad inquebrantables, tanto así que no se puede “salir” de este colectivo, no se puede abandonar la mara porque esto es considerado un acto de traición a la familia y el desertor es asesinado.
Experiencias alternativas más alentadoras
Para enfrentar esta realidad de exclusión social, la ausencia de patrones morales integradores y oportunidades económicas para los jóvenes existen otras alternativas en Latinoamérica que no son la constitución de maras. Existen en Brasil nuevos proyectos, programas e iniciativas locales basadas en acciones culturales y artísticas con altos niveles de éxito, las cuales frecuentemente están desarrolladas y coordinadas por los propios jóvenes.
Estos grupos disputan la atención y el ingreso de nuevos miembros a sus organizaciones con otras redes, en este caso de delincuencia organizada como el narcotráfico. Ejercen otro tipo de seducción y se valen de estrategias igualmente fuertes. Están comprometidos con una cultura de paz, pero en sintonía con el espíritu y los intereses contemporáneos. Además de revalorar la cultura y las artes, reivindican la utilización de los elementos de la modernidad y la globalización, como el internet, la computación, la ropa y calzados de moda, los viajes y los intercambios regionales e internacionales. (Ramos y Lemgruber, 2004).
Estos grupos tienen cuatro características básicas: un fuerte componente de afirmación territorial, que se traduce en las letras de sus temas musicales, los nombres de sus grupos, y la “imagen grupal” (Vigário Geral, Cidade de Deus, Capão Redondeo, Candeal). Segundo, un fuerte componente de afirmación individual, incluso la formación artística de sus líderes, cuya fama y éxito sirve como atracción para otros jóvenes de la comunidad. Tercero, se incentiva la generación de ingresos y empleos a corto plazo para sus miembros. Por último, se desarrolla un fuerte componente de denuncia del racismo y de afirmación de la identidad racial negra, ya sea a través de su apariencia (con cabellos o ropas afro) y en la letra de sus canciones o nombres de sus proyectos: Música Preta Brasileira, Afro Reggae, Companhia Étnica, etc.
Estas iniciativas son heterogéneas y aún están desarticuladas entre sí, pero se encuentran en constante crecimiento en varias ciudades de Brasil. Son importantes centros de construcción de una cultura alternativa al narcotráfico, pero también relevantes mediadores entre la juventud, los gobiernos, la prensa, los actores internacionales, las fundaciones y las agencias de cooperación. Estos nuevos actores se transforman a sí mismos y a otros, como los movimientos sociales, sindicales y otro tipo de asociación tradicional. Combinan el compromiso comunitario, con la afirmación de la identidad individual, territorial, racial y social, buscando un reposicionamiento en la aldea global.
Referencias bibliográficas
Banco Interamericano de Desarrollo (2003). División de Modernización del Estado y la Sociedad Civil. http://www.iadb.org/publications/index.cfm?language=Spanish
Dalton, Juan José (2005). En la vorágine de la violencia, El Universal, México.
Independiente (2005). Maras no tienen réplica en Latinoamérica. www.elindependiente.com.ar
Krug, Etienne G. et al (2002). La violencia, un problema mundial de salud pública, en: Informe mundial sobre la violencia y la salud, OMS, Washington. http://www.paho.org/Spanish/AM/PUB/capitulo_1.pdf
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (2005). Los homicidios siguen en alza en El Salvador, Sociedad sin violencia. http://www.violenciaelsalvador.org.sv
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (2005). Entrevista a José Miguel Cruz y Edgardo Amaya. Investigación: Armas de Fuego y Violencia, en: Los autores opinan. http://pnud.org.sv
Ramos, Silvia y Julita Lemgruber (2004). Violencia urbana, políticas de seguridad pública y respuestas de la sociedad civil. http://www.ucamcesec.com.br/pb_txt_dwn.php
P. Gainza es analista de información en CLAES D3E. Publicado el 9 de setiembre de 2005.