por Eduardo Gudynas – En un lapso de tiempo más o menos corto, se completará un recambio de casi todos los jefes de gobierno de los países industrializados. Quienes han protagonizado los actuales empujes de la globalización, ya han sido reemplazados o deberán abandonar sus cargos en los próximos meses. Nuevas figuras están ocupando los escenarios internacionales.
En efecto, Jacques Chirac dejará el gobierno francés en las próximas semanas, y luego le seguirán Tony Blair (Reino Unido), George Bush (Estados Unidos) y Vladimir Putin (Rusia). En los últimos años dejaron el gobierno G. Schroeder en Alemania (reemplazado por Angela Merkel), José María Aznar perdió en el último momento las elecciones españolas ante José Luis Rodríguez Zapatero, Romano Prodi suplantó a Silvio Berlusconi en Italia, y Shinzo Abe es el nuevo jefe de gobierno japonés. Incluso hay recambios en el sistema de Naciones Unidas, donde un poco conocido Ban Ki-monn ocupó el cargo de secretario general dejado por un Kofi Annan muy cuestionado. Para completar las novedades también contamos con un nuevo Papa (Benedicto XVI). Queda en claro que está en marcha un relevo de líderes políticos de gran envergadura.
La anterior generación defendió y alimentó las presiones globalizadoras. Desde las aventuras militares de Estados Unidos, al intento de imponer una agenda comercial brutalmente asimétrica, desde la redefinición de la agenda del desarrollo, a la profundización de la transnacionalización financiera y empresarial.
La pregunta clave es si este cambio en el elenco de las principales figuras globales permitirá desencadenar cambios en las ideas sobre la globalización y en las posturas de esos gobiernos en las negociaciones e instituciones internacionales. La mayor parte de estos nuevos líderes no tiene experiencia internacional. Eso puede ser una ventaja si es que sirve para generar nuevas ideas y abandonar los viejos prejuicios. Pero casi todos ellos han llegado al poder invocando agendas moderadas en contextos políticos nacionales cada vez más conservadores.
Algunos cambios se insinúan. Los neo-conservadores que alimentaron a Bush están en franca retirada, y la imagen de esa país está muy deteriorada a nivel global. El cuarteto imperial que conformaba Bush con sus aliados (Blair, Aznar y Berlusconi) ha desaparecido.
Pero persisten muchas dificultades a remontar. En Estados Unidos habrá que ver si el próximo gobierno puede remontar no sólo la herencia de la administración Bush sino los cambios en la cultura y la vida política que han ocurrido en ese país en los últimos diez años. En Europa, la socialdemocracia y la izquierda no han sido ejemplos de pensamiento progresista frente a la problemática global. Tony Blair ha desempeñado un papel conservador, incluso militarista, mientras que la socialdemocracia alemana una vez mas quedo rehén de sus propias contradicciones, incluyendo la sorpresa de contar con un ministro de relaciones exteriores proveniente del Partido Verde, que defendía aventuras militares. Por si faltara algo, el nuevo Papa también alienta un regreso al pasado conservador al promover la celebración de la misa en latín.
No es posible ocultar las dudas sobre si este nuevo elenco podrá modificar las reglas de juego en los organismos de gobierno global, y en especial en el FMI, el Banco Mundial y la Organización Mundial de Comercio, orientándolos a procesos más democráticos y efectivamente volcados al desarrollo. Hasta ahora las evidencias no son muy positivas. Ni Zapatero, ni Prodi ni Merkel parecen dispuestos a promover una nueva arquitectura internacional. Las negociaciones comerciales en la OMC siguen estancadas en los mismos términos de los últimos años, y a pesar de la crisis de legitimidad que envuelve al FMI y el Banco Mundial, sus principales accionistas (que son esos mismos países industrializados) no presentan un plan de reforma sustancial y renovador.
Estos nuevos líderes también deben enfrentar otros temas internacionales urgentes como el cambio climático, donde se requiere el concurso de todas las naciones industrializadas con medidas efectivas para reducir sus emisiones de contaminación global. Tampoco puede olvidarse la necesidad de un mayor compromiso y acciones más efectivas de las naciones industrializadas para avanzar en el cumplimiento de las metas de desarrollo del milenio. Los atrasos en esas medidas, mientras se suceden diagnósticos y cumbres que no se acompañan de medidas efectivas, hacen que difícilmente puedan alcanzarse los objetivos de desarrollo del milenio.
La marcha de estos acontecimientos parece indicar que tendremos nuevos líderes, nuevos presidentes y nuevos primeros ministros. Pero las nuevas ideas siguen sin asomar.
E. Gudynas es analista de información en CLAES – D3E (Desarrollo, Economía, Ecología, Equidad – América Latina).