por Eduardo Gudynas – Los defensores de la actual globalización están cambiando sus argumentos. Ahora reconocen que los procesos globales actuales generan desigualdad pero achacan los efectos negativos al haber quedado bajo una única potencial mundial. Los mismos ideólogos que antes consideraban que Estados Unidos, era el motor de la mundialización, ahora sostienen que sería el culpable de un mundo unipolar que impide una globalización balanceada. Bajo esas ideas, la globalización actual en sí misma no tendría ninguna arista negativa, sino que simplemente ha sido desvirtuada por la ausencia de otras superpotencias globales.
Las pruebas sobre los impactos negativos de los actuales procesos globales se siguen acumulando. Las organizaciones sociales ya no están solas en esas alertas, y en los últimos meses se han sumado agencias de las Naciones Unidas, muchos economistas convencionales, y una larga lista de políticos y medios de prensa.
Las evidencias son tan abrumadoras que parecería inevitable un profundo cambio en el manejo de los procesos globales. Pero por el contrario, encontramos explicaciones donde se reitera la fe en la globalización actual, y se achacan los problemas actuales a sus aplicaciones ineficaces y defectuosas. Se escucha que la liberalización de los mercados y los flujos de bienes, servicios y capital no está mal en sí misma, sino que todo se ha distorsionado por una distribución asimétrica del poder. Antes se celebraba el papel de Washington como promotor de la globalización, pero hoy se repiten las críticas sobre su papel como solitaria superpotencia.
Un reciente ejemplo de esta nueva tesis es ofrecido por Steven Weber, director del Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de California, quien admite que la globalización se “estropeó”. En un análisis que publicó recientemente en la revista Foreign Policy, junto a otros autores señala que la “mala noticia para el siglo XXI es que la globalización tiene un lado oscuro significativo”.
Weber considera que las ideas convencionales de la globalización son en sí mismas muy buenas, pero reconoce que proponer que sea guiada por una superpotencia, es un camino errado. La predominancia del poder de Estados Unidos “tiene muchos beneficios, pero la gestión de la globalización no es uno de ellos”. “Los efectos negativos de la globalización desde 1990 no son el resultado de la globalización en sí misma. Son el lado oscuro de la predominancia de Estados Unidos” – dice Weber.
Este es un ejemplo del cambio de visión en los centros globales sobre el papel de Washington. No es un cambio menor, ya que hasta hace poco tiempo prevalecían las defensas y celebraciones de Estados Unidos como encarnación de un gobierno mundial y hegemónico benévolo, tal como sostenían influyentes neoconservadores como Michael Mandelbaum. En “El caso de Goliat – cómo actúa América como gobierno mundial en el siglo XXI”, este autor no solo rechaza cualquier calificación de potencia imperial, sino que defiende el papel de gendarme global como una imposición de la historia y las condiciones propias de ese país. Mandelbaum además exige que la Unión Europea y otras naciones industrializadas apoyaren todavía más a Washington.
Es evidente que esos razonamientos son de una superficialidad asombrosa. Nunca se aclaran los verdaderos significados de un gobierno mundial sentado en Washington (¿quién puede defender con seriedad que el Congreso de Estados Unidos sirva a la representación de los demás pueblos del planeta?). Tampoco se exploran contradicciones evidentes tales como el uso de la fuerza militar, o el rechazo de los compromisos globales sobre la pobreza, la paz o el ambiente.
La alternativa de una globalización multipolar también era resistida por los neoconservadores. Por ejemplo, Niall Ferguson, investigador en la Hoover Institution, sostiene que “la alternativa a una única superpotencia no es una utopía multilateral, sino la pesadilla anárquica de una Edad Oscura”. Los neoconservadores consideran que no hay alternativa a la unipolaridad, ya que se caería en una “apolaridad”. Por lo tanto defienden el papel de Washington como gendarme global para evitar la anarquía global, donde los “puertos de la economía global, desde New York a Rotterdam a Shangai, serán los blancos de saqueadores y piratas”, según Ferguson. Es un escenario de caos y terrorismo planetario, donde este analista llega a advertir desde Foreign Policy, que en América Latina “ciudadanos miserablemente pobres buscarán consuelo en la cristianidad evangélica importada por las órdenes religiosas de Estados Unidos”.
Pero los errores y consecuencias negativas del rol global de Washington han escalado tales niveles que la idea de la unipolaridad es insostenible. Reconocer ese problema es un paso adelante, pera esas críticas avanzan muy poco. No ponen bajo cuestión las relaciones asimétricas de poder de los grandes sobre los pequeños, ni la base económica y cultural de la globalización actual. Apenas se cuestiona que el poder esté en manos de un único país, y se postula como solución pasar a tener un grupo selecto de superpotencias que mantenga la presión para las aperturas comerciales y la liberalización de los flujos de capital. Sueñan con un nuevo club del gobierno mundial que debería sumar a Inglaterra, Francia o Japón.
Las críticas a Estados Unidos tienen muchos ecos en el sur, en especial por conocer en carne propia algunas de sus expresiones, por ejemplo en el plano militar o comercial. Pero la perspectiva crítica no puede quedar únicamente en ese plano, ya que suplantar a Washington por Bruselas, o Bruselas por Londres, no significará ninguna mejora para América Latina, sino existe simultáneamente un cambio radical en cómo se entienden los procesos globales.
Algunos países del sur son tentados a ingresar al club selecto de líderes globales en un mediano plazo. Especialmente se coquetea con Brasil, India, Sudáfrica y China. Pero más allá de lograr la presencia de algunas naciones del sur, de todas maneras persiste una globalización asimétrica, donde hay grandes potencias que deben “guiar”, “orientar” y “conducir” los procesos globales, y que las demás naciones deberán seguir y acatar. El multilateralismo estalla bajo esas ideas.
La solución no está en contrabalancear esos tratados con otros con la Unión Europea, sino que se debe poner en cuestión los fundamentos de relaciones internacionales basadas en jerarquías y subordinaciones, donde los “grandes” conducen a los “pequeños”. Las reacciones contra los acuerdos de libre comercio firmados con Estados Unidos, también implican un cuestionamiento a las relaciones globales asimétricas. La multipolaridad no es una solución suficiente para una globalización unipolar, ya que es todo el entramado global el que debe ser rediseñado. Esta es una cuestión de la mayor importancia en las negociaciones de la Comunidad Andina con Bruselas, así como en las consecuencias que podría tener el acuerdo de “socio estratégico” que los europeos le han otorgado a Brasil.
Además, esta es una problemática que también debe considerarse en la integración dentro de América Latina. Si ensayos como la Unión Suramericana, apelarán a los mismos mecanismos de jerarquías y tamaños económicos, donde los más “grandes” supuestamente deben guiar a los más “pequeños”, terminaremos reproduciendo dentro del continente las mismas asimetrías y consecuencias negativas que hoy observamos a escala planetaria.
E. Gudynas es investigador en D3E (Desarrollo, Economía, Ecología, Equidad – América Latina), en Montevideo (Uruguay). Un adelanto fue publicado por ALAI (Agencia Latinoamericana de Información) el 30 de julio de 2007. Publicado por CLAES el 31 de julio de 2007. Se permite la reproducción siempre que se cite la fuente.