Negociaciones comerciales y crisis de la representación global

Occupy_Londrespor Eduardo Gudynas – ¿Es posible aplicar mecanismos de representación en la globalización? ¿Puede un país representar a otras naciones en las instituciones globales? Esta es una problemática clave en la mundialización actual, y ha quedado en evidencia días atrás con el colapso de las negociaciones comerciales en un pequeño comité de tres países y un bloque comercial. En efecto, en Postdam se reunió el llamado “Grupo de los 4” (G 4), integrado por Estados Unidos, la Unión Europea, India y Brasil, en un intento de buscar salidas sobre el comercio agrícola global en la OMC (Organización Mundial de Comercio).

El G-4 es un claro ejemplo de intentar la representación a escala planetaria: se suponía que Estados Unidos y la UE representaban de alguna manera a las naciones industrializadas, mientras que la India y Brasil serían las voces de todas las naciones en desarrollo. Las negociaciones en Postdam fracasaron debido a que tanto Washington como Bruselas se negaron a rebajar su proteccionismo agrícola, mientras que la India y Brasil no estaban dispuestos a mayores concesiones sin una liberalización sustancial del mercado agroalimentario. El fracaso de ese encuentro volvió a sumir en las sombras a las negociaciones comerciales de la OMC.

Pero más allá de esos resultados debe analizarse si ese mecanismo de representación es adecuado. ¿Quién eligió a India y Brasil como representantes de más de 100 países en desarrollo en el marco de la OMC? El asunto es muy delicado, y ello explica que muchos países del sur volvieran a protestar por las potestades asumidas por el G-4, denunciando que India y Brasil no defendían sus intereses. Por ejemplo, el Grupo de los 90, un gran conglomerado que reúne en particular a los países de África, Caribe y Pacífico (Grupo ACP) y las naciones menos desarrolladas, señaló que el proceso careció de transparencia y participación. Agregaron que sus miembros no tuvieron conocimiento de los contenidos de las negociaciones en Postdam, y por si fuera poco, si bien reconocen que Brasil e India son naciones en desarrollo, “no debe suponerse que asumían la responsabilidad de representar los puntos de vista de todos los países en desarrollo”. La situación está tan distorsionada, que hasta naciones industrializadas como Japón alertan que mecanismos como el G-4 no los representa.

Estas circunstancias rompen con la vieja idea del multilateralismo, que precisamente ha sido apoyada y promovida por las naciones del sur con el propósito de amortiguar los efectos de un orden internacional jerárquico, donde los grandes países se imponen sobre los más pequeños. El multilateralismo busca lograr espacios donde todas las naciones tengan un mismo peso; su mecanismo predilecto es aquel donde cada país representa un voto.

Existen instituciones globales que son multilaterales en un sentido formal por el amplio número de países miembros, pero donde el poder de decisión es asimétrico. El caso típico es el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional, donde el voto es ponderado, y depende de los aportes financieros, y eso permite que Estados Unidos, la UE y otras naciones industrializadas puedan controlar todas las decisiones, desde designar a sus directores a la aprobación de los préstamos.

Cuando se constituyó la OMC, en 1995, se intentó crear un espacio multilateral donde cada país tiene un voto y las decisiones se toman por consenso. Algunos en el sur se ilusionaron con un intento en romper con las manipulaciones de las grandes naciones, ya que bastaba que una nación estuviera en desacuerdo para paralizar cualquier resolución el seno de la OMC. Si alguno de los grupos de países en desarrollo coordinara mejor sus posiciones, podrían fácilmente controlar las decisiones en esa organización.

Pero ese sueño democrático se derrumbó desde el propio nacimiento de la OMC, ya que los países industrializados controlan buena parte del comercio global, y logran imponer muchas condiciones en las negociaciones. A lo largo de los años, la participación dentro de la OMC se ha estratificado, con países que representan a grupos de naciones, y donde la gran novedad es el creciente peso de Brasil, India, Sudáfrica y China.

Las naciones industrializadas primero negociaban entre ellas y luego presentaban sus acuerdos a los demás países como ofertas finales que debían ser tomadas o rechazadas en bloque, y donde ese rechazo implicaba todavía más problemas con el proteccionismo comercial. Muchas de esas negociaciones se celebraban entre “los cuatro” (Estados Unidos, UE, Japón y Canadá), y más recientemente en la llamada “Sala Verde”, que reúne a los ministros de comercio más selectos del hemisferio norte. La supuesta apertura a la participación ha sido permitir que naciones del sur como India, Sudáfrica o Brasil, ingresaran a esa Sala Verde.

Algunos podrían sostener que una participación tan directa de Brasil e India frente a gigantes industrializados es un gran avance para los países del sur. Pero ello se ha hecho a costa de confirmar un mecanismo que no es democrático, reforzando todos los problemas de una representación asimétrica y falta de transparencia dentro de la OMC. En los hechos, la llave a esas negociaciones sigue en manos de los grandes países del norte, quienes deciden cuáles son los países que “representan” o no al “sur” global.

Este problema no pasa desapercibido para las organizaciones de la sociedad civil, y en un hecho muy positivo la REBRIP (Rede Brasileña por la Integración de los Pueblos), alertó sobre la cuestión en una carta enviada a su propio ministro de relaciones exteriores de Brasil, Celso Amorim. En ella se advierte sobre el “carácter sigiloso y restricto” de las negociaciones, señalando su “amplia insatisfacción con el proceso de negociaciones restringidas en el G-4”.

En efecto, un mecanismo de representación como el ejemplificado por el G-4 plantea el riesgo de países del sur que terminan legitimando y reforzando el carácter antidemocrático de la OMC. Pero además ponen en riesgo los procesos de integración dentro de sus continentes, ya que sus papeles de líderes regionales quedan nuevamente en entredicho. Estos extremos también fueron advertidos por REBRIP, señalando que si Brasil integra el “núcleo central de un proceso cuya legitimidad está tan ampliamente cuestionada”, “pone en riesgo su propia legitimidad como actor en la política internacional”, y compromete además otros procesos de negociación y concertación cruciales particularmente los relativos a la integración regional.

La OMC representa un espacio multilateral pero sin transparencia, y la representación de unos sobre otros genera asimetrías que contribuyen a demoler cualquier pretensión democrática. Los espacios de negociaciones selectivos, casi aristocráticos, dependen de supuestas representaciones que nunca han sido formalizadas ni ratificadas. Esto a su vez se monta sobre una dinámica donde tanto los gobiernos del norte como del sur están “envueltos en prácticas hegemónicas”, bajo las cuales su cooperación a ese régimen es recompensada con asistencia financiera, concesiones comerciales o ventajas para el manejo de la deuda externa, mientras que las naciones críticas son penalizadas por su falta de “cooperación”, tal como advierten Heikki Patomäki y Teivo Teivainen en su análisis sobre la democracia global. Por lo tanto, mecanismos inicialmente positivos, como la representación, se vuelven en medios que reproducen un esquema de relaciones asimétrico y jerárquico.

Las representaciones entre naciones y grupos de naciones están acosadas por problemas de este tipo en la globalización actual. El antídoto para comenzar a resolver algunas de estas cuestiones comienza por dotar a todos esos espacios de una mayor transparencia, no sólo en el seno de instituciones globales como la OMC sino también en la toma de decisiones que tiene lugar dentro de cada país para establecer su agenda negociadora internacional. Una transparencia y apertura que debe involucrar tanto a los actores gubernamentales como a la sociedad civil.


E. Gudynas es analista de información en CLAES (Centro Latino Americano de Ecología Social) y D3E (Desarrollo, Economía, Ecología, Equidad – América Latina).