por Paola Visca – La multitud estaba reunida desde tempranas horas de la mañana en los alrededores de La Casa de la Cultura y el Estadio Beto Ávila en el centro del pueblo de Cancún. Simultáneamente, a unos diez kilómetros, en la costa, los delegados gubernamentales ante la OMC se reunían en el Centro de Convenciones enclavado en la zona hotelera. Los dos lugares estaban separados por una carretera repleta de controles de seguridad que impedían que las organizaciones ciudadanas que no tuvieran las correspondientes identificaciones pudieran llegar al Centro de Convenciones.
Ésa fue de una de las razones por las cuales muchas actividades de la sociedad civil durante la cumbre de la OMC se llevaran a cabo en el pueblo de Cancún. Allí se encontraban los grupos organizados que llegaron desde distintos puntos del planeta para expresar su oposición a la globalización en general y al actual comercio global en particular. Diversos talleres y reuniones tenían lugar en hoteles y sitios improvisados.
Era el miércoles 10 de septiembre, y se vivía un clima de celebración y danzas a través de diferentes manifestaciones musicales: desde bailes indígenas acompañados por tambores que reproducían ritmos propios de Latinoamérica, hasta marchas campesinas, donde destacaba la delegación coreana por su colorido y original vestuario, con enormes pancartas escritas en varios idiomas, que reflejaban su desconformidad y rechazo a la desigualdad y discriminación causada por la globalización.
Al llegar el mediodía los manifestantes comenzaron a marchar hacia la «zona cero», donde cientos de policías federales los esperaban detrás de vallas metálicas. Los manifestantes sumaban varios miles y muchos de ellos eran campesinos. La delegación de Corea incluía unos 150 representantes de la Liga de Campesinos de Corea y otros 50 sindicalistas de otras organizaciones. Entre ellos, el dirigente de la liga Lee Kyung Hae portaba una pancarta colgada desde su cuello con la insignia «La OMC mata a los campesinos». En aquellos momentos había visto a Lee, junto a sus compañeros, preparándose a marcha; no conocía su nombre y no imaginaba cuál sería el desenlace de los hechos que estaba presenciando.
En su camino hacia la zona hotelera de Cancún toparon con las vallas policiales en el llamado «kilómetro cero», cruce de las avenidas Tulúm y Coba. Allí se les impidió proseguir la marcha. En ese lugar los integrantes de Vía Campesina representaron un ritual en defensa del maíz indígena coreando «globalicemos la lucha, globalicemos la esperanza». Sus intenciones eran las de avanzar mas allá del «kilómetro cero», mientras funcionarios les repetían que por razones de seguridad no podían dejarlos pasar.
En medio del descontento de manifestantes y de entredichos con las fuerzas policiales, varios «globalifóbicos» (como se los llama en México) lograron saltar el cerco, y Lee fue uno de ellos. La valla resistió varios intentos de derribarla; algunos empujaban con su propio cuerpo mientras otros utilizaban un féretro que se usaba para representar la muerte de la OMC. Finalmente, ante la impotencia, prendieron fuego al ataúd, que fue una vez mas impactado contra las vallas. La policía, por detrás del metal y de sus escudos, observaba.
Lee y la delegación coreana pasaron al frente de la protesta y la emprendieron contra la valla de metal. El dirigente campesino subió a la cerca, y trepado en ella se clavó una navaja en el pecho. A las pocas horas dejó de existir en el hospital de Cancún. Pocos se enteraron en ese momento lo que había sucedido con Lee y los enfrentamientos comenzaron a hacerse mas y mas violentos. El conflicto se agravó con la intervención de jóvenes descontrolados, que no pudieron ser dominados por los dirigentes de Vía Campesina. El saldo de los enfrentamientos fue de 58 heridos, de los cuales los manifestantes llevaron la peor parte, con 46 personas. Entre los restantes, 10 eran policías y otros fueron periodistas.
Una vez conocida la muerte de Lee ese hecho concentró todas las atenciones. Según campesinos coreanos, la actitud de Lee refleja que la OMC no les deja salida a los pequeños productores. Repiten testimonios de cómo se sumergen en las deudas y deben abandonar sus cultivos, y consideran que su líder realizó un sacrificio para dejar en evidencia ese drama. Se sienten orgullosos de su valentía y honor. Lee, con 56 años, venía combatiendo los acuerdos del comercio agrícola mundial desde la Ronda Uruguay del GATT. Había recibido varios galardones en su país, una distinción por su contribución a la agricultura por la FAO, y fue el protagonista de varias protestas contra la OMC, incluyendo acampar frente a su sede en Ginebra.
En sus declaraciones, así como en una carta escrita que distribuyó en Cancún, Lee cuestiona duramente la situación global: «Mi mensaje va a todos los ciudadanos para decirles que los seres humanos están en una situación de peligro debido a la falta de control sobre las corporaciones multinacionales y un pequeño número de miembros de la OMC que nos llevan a una globalización inhumana, antiambiental, asesina y no democrática. Debe pararse de inmediato, porque si no la lógica falsa del neoliberalismo matará la diversidad global en la agricultura y será un desastre para todos los seres humanos». Había agregado: «no se preocupen por mi cuerpo, lo más importante es el sacrificio que hago por mis compañeros».
El impacto de la muerte de Lee en la cumbre de la OMC fue importante. Por un lado las organizaciones ciudadanas lo manejaron con responsabilidad, y redoblaron las presiones sobre los gobiernos, mientras que por el otro, en las delegaciones oficiales era evidente la preocupación. Se repitieron las consultas entre varios gobiernos de Asia, y los representantes de la Unión Europea intentaron depositar una ofrenda frente al lugar donde se inmoló. Felizmente no hubo más incidentes de gravedad, salvo algunas escaramuzas entre policías y grupos de protesta.
Para muchos, lo que sucedió en Cancún fue una crónica de varias muertes anunciadas. El caso de Lee ha sido tomado como muestra de un sacrificio por buena parte de las organizaciones sociales y subraya la dramática situación de la agricultura mundial. La mayoría de los agricultores de América Latina viven una situación de desesperación similar, empujados por su baja rentabilidad, la imposibilidad de acceder a mercados y la pérdida de sus tierras.
También es la crónica de la paulatina caída de la OMC, y expresa un duro golpe al sistema multilateral de comercio, y que varios califican como definitivo: desparece una vieja forma de llevar adelante las negociaciones globales en la OMC, y los países del sur parecen dispuestos a ejercer un nuevo protagonismo. Al concluir las negociaciones, las sucesivas conferencias de prensa que ofrecían los gobiernos dejaban en claro ese sentido de fracaso y decepción. Para la mayoría, el encuentro ministerial de Cancún no solo será conocido por el colapso de la reunión gubernamental, sino y muy especialmente, por la inmolación de Lee.
P. Visca es analista de información en D3E (Desarrollo, Economía, Ecología y Equidad).