Globalización: Elementos para una caracterización

por José Guadalupe Gandarilla SalgadoBusqué varias veces la conversación con distintos responsables para tratar de ir haciendo una labor de convencimiento contra ella. Fue imposible; es reconocida como un artículo de fe. Los más evolucionados políticamente dicen que es una fuerza natural, material… (Ernesto Che Guevara).

En los siguientes párrafos, con el ánimo de efectuar un distanciamiento de aquellas interpretaciones que ven en la globalización un proceso nuevo y sin precedentes, que obedece a un conjunto de fuerzas con lógica objetiva e inexorable, en las cuales es difícil -si no imposible- influir y ante las cuales es mejor adaptarse, se plantean algunas ideas que rescatan una visión histórica de largo plazo y develen las derivaciones ideológicas que permean al discurso de la globalización.

El frenesí globalitario

Al parecer la globalización como término, concepto o categoría, se ha impuesto no sólo en el lenguaje de los analistas, en la explicación y justificación de políticas públicas, o en la administración y manejo que hacen los «hombres de negocios»; ha llegado a ubicarse como parte del lenguaje común, como tópico y tema de conversación y como el argumento final y más contundente que puede explicar casi todo: no únicamente el comportamiento de lo económico, lo político e incluso lo cultural, también la toma de decisiones que en esos ámbitos ocurren (prioridad para efectuar políticas de liberalización, privatización, achicamiento del Estado o sacrificio de la población para soportar el peso de los ajustes; retórica de la reformulación del papel del Estado, generación de consensos sobre temas y actuación de los actores políticos; creación de necesidades y fomento del consumo de determinados mensajes).

El uso cada vez más recurrente del vocablo pareciera, sin embargo, no corresponderse con la certeza de saber acerca de qué estamos hablando cuando hablamos de la globalización. Si es que nos referimos a ella como una nueva etapa de nuestra realidad y contexto; como una fuerza objetiva e inexorable; como un proceso que avanza a través y por medio del impulso y comportamiento de los distintos actores o fuerzas sociales; como un concepto o categoría de la explicación científica; o como una ideología que encubre un conjunto de intereses muy específicos y determinados. En cada una de esas acepciones han corrido ríos de tinta esgrimiendo argumentos en uno y otro sentido y, aunque para este momento ya contamos con algunos trabajos de sistematización y crítica a la apropiación irreflexiva del globalismo neoliberal, es posible observar, todavía, el impacto que el tema proyecta sobre el mercado editorial.

Los pies en la tierra: término, concepto, categoría o paradigma

La caracterización del estado actual del capitalismo es un ejercicio que para muchos analistas quedó suficientemente cubierto afirmando que el mundo entero había entrado a una nueva era: la globalización.

En esta trampa (producto de deficiencias y carencias en el análisis, así como de la deshonestidad intelectual), cayeron o nos pretendieron hacer caer, no sólo los tink tanks y los gurúes del (neo)liberalismo (en sus vertientes moderadas, tipo Lester Thurrow, o más recientemente George Soros, terceristas como Anthony Giddens, radicales al estilo de Thomas L. Friedman o Kenichi Ohmae, o futurólogos como Peter F. Drucker o los Tofler), sino también pensadores herederos de cierto cosmopolitismo (Octavio Ianni) o de determinismos estructuralistas (J. M. Vidal Villa).

La globalización se nos pretende presentar como el signo de la época, como aquello que caracteriza o como el elemento caracterizante del mundo actual; sin embargo, paradójicamente ella misma no ha sido adecuadamente caracterizada. Los últimos años han sido testigos no sólo del emerger del discurso de lo global, de la globalidad o de la globalización, sino de su imposición como verdadero paradigma dominante. Para el pensamiento crítico ha sido cuando menos difícil y constituye un reto importante el establecer un distanciamiento de un paradigma que tiende a ser asumido como la razón establecida. Lograr superar estos aprisionamientos aparece como una necesidad para intentar avanzar en la construcción de alternativas teóricas y prácticas. Distanciarse del concepto de la globalización y de su discurso, o cuando menos evitar una apropiación a-crítica del concepto, exige hacerlo no sólo desde el nivel teórico, o a partir de un corpus teórico, sino desde una disposición cognoscitiva, epistemológica, que profundice en el nivel o ámbito de los presupuestos que permiten su construcción categorial.

El proceso o el conjunto de procesos que se han dado en llamar globalización involucran y tienen por base toda una amalgama de relaciones sociales, por tanto, incluyen vencedores y vencidos. El discurso científico hegemónico tiende a privilegiar la historia del mundo en la versión de los vencedores. Con frecuencia, el discurso de la globalización es la historia de los vencedores contada por ellos mismos. Si no efectuamos un distanciamiento de esta particularidad del discurso hegemónico, caemos en lo que el sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos llama «epistemicidio», que no es sino una manifestación del imperialismo cultural.

En una primera aproximación metodológica, la llamada globalización se nos presenta como una totalidad determinante, pero ella misma indeterminada; asumida de ese modo, se utiliza para construir un mito o una ideología, que cumple con la función de inhibir toda acción política.

En este punto del análisis, es posible establecer dos tipos de relación de conocimiento, que nos permitan colocarnos ante la globalización como objeto cognoscible. Una que podríamos llamar intraparadigmática, que reconoce o acepta en mayor o menor medida los pre-supuestos del paradigma sobre el cual ha sido montado el concepto de globalización (aunque se disientan de algunas de sus connotaciones) o, mejor aún asumen la globalización como paradigma.

La otra perspectiva que podríamos llamar extraparadigmática, en donde la discusión se ubica en el cuestionamiento no sólo de la pertinencia de la globalización como concepto o categoría, sino que se someten a examen los presupuestos paradigmáticos de dicho discurso. En este enfoque, se ponen en duda las propias lógicas de conocimiento que están en la base de tal teoría o concepto.

En esta ocasión, discutimos desde dos dimensiones del análisis, una la histórica y la otra en el terreno del conocimiento, recuperando lo que Foucault llamaba los «saberes sometidos».

Un poco de historia

Se ha pretendido expresar, desde el planteamiento oficial y dominante, algo que por demás parece absurdo o cuando menos desacertado, que la globalización se inicia en los años ochenta y se erige en el episodio histórico en el cual el conjunto de economías y Estados o sociedades nacionales parecen llegar al «fin de la historia». La llamada globalización, refiere al proceso multisecular de expansión internacional del capitalismo. En tal sentido, experimenta un comportamiento cíclico en periodos históricos de aceleración y desaceleración, envuelto en procesos sociales que expresan continuidades y discontinuidades en la vocación de expansión mundial del capital. Vista desde una perspectiva histórica más amplia, la globalización puede ser entendida como la etapa contemporánea de desarrollo del capitalismo, como culminación al nivel planetario del proceso de establecimiento -iniciado hace ya cinco siglos-, del modo de producción específicamente capitalista a lo largo y ancho del globo, y el desplazamiento o subsunción de toda otra forma de producción, a su lógica y dinamismo. La necesidad de comprender este cúmulo de acontecimientos, como ampliación y profundización de procesos que vienen experimentándose y encuentran en la propia lógica del despliegue del capital mundial su estructura fundante; y que en ese sentido acompañan al capital desde cuando menos la afirmación hegemónica de Occidente como centro del sistema mundial desde 1492, requiere problematizar la imagen que entiende nuestro contexto histórico como «una nueva totalidad histórica».

El siglo XX ha sido, precisamente, un espacio histórico de sucesión de crisis y de recomposiciones o reestructuraciones capitalistas. En nada se justifica que la reestructuración mundial del capital iniciada en los ochenta (o aún antes) signifique una «modificación estructural histórica del capitalismo», algo así como una nueva etapa o, peor aún, una nueva totalidad histórica, expresada en la globalización neoliberal, en la dominación neoliberal globalizadora. El capitalismo es global (mundial) desde su origen y desde sus inicios estuvo asociado al colonialismo y al saqueo de las colonias, lo que no sólo retardó sino impidió su desarrollo económico y social ya como Estados nación; de hecho conforme maduraba su economía desarrollaban su subdesarrollo (como en reiteradas ocasiones lo ha explicado Gunder Frank); desde el siglo XIX, el imperialismo y el intercambio desigual son características básicas del capitalismo mundial.

Resulta provechoso, para recuperar el peso de la dimensión histórica, recurrir a lo que Braudel consideró la característica fundamental del eje temporal y la velocidad del cambio histórico: la triple dimensión de la temporalidad. Desde esta perspectiva de análisis la globalización puede ser analizada como un proceso de larga duración, en su dimensión coyuntural y a la luz expresiva y compleja de la historia como «acontecimiento».

Ubicados en una perspectiva de longue durée, el alcance global de los mercados financieros en nuestros días y las expansiones financieras entendidas como cierres de etapas fundamentales del desarrollo capitalista encuentran su símil histórico en los mercados de Londres en el siglo XIX o incluso en los mercados de Amsterdam en el siglo XVIII. Estas etapas de culminación de ciclos sistémicos de acumulación también se rigen por la sucesión y cambio en los ciclos de hegemonía (el paso del hegemón desde Génova, Holanda, Gran Bretaña, Estados Unidos). Desde esta perspectiva de largo plazo, el estado actual del capitalismo se ubica en un largo trayecto de dominación, acumulación, explotación y apropiación del mundo.

Es aquí donde entra lo que podríamos denominar una perspectiva coyuntural de aceleración de los procesos de despliegue mundial del capital (cuando menos desde fines de los sesenta e inicios de los setenta), que por otro lado expresan una profunda discontinuidad con los modos de producción, acumulación y regulación que rigieron al capitalismo desde la segunda posguerra hasta la crisis mundial de mediados de los setenta. Los teóricos del sistema-mundo y algunos de la dependencia como Theotonio Dos Santos esperarían y siguen esperando (pues no hay elementos que permitan afirmar que esto ha ocurrido) el comienzo de una fase de recuperación del ciclo Kondratieff (aunque Dos Santos dictaminó la recuperación casi desde el inició de los noventas) y el inicio de una fase de expansión que no se sabe a ciencia cierta a dónde nos conducirá (pues como afirma Wallerstein no se sabe el sendero que reconocerá el sistema capitalista inmerso como está en una gran bifurcación). Vista en su dimensión coyuntural, la globalización manifiesta el carácter reversible del proceso, como también lo fue el proceso de aceleración y profundización de la globalización entre 1850 y 1914.

Es en la dimensión temporal de corto plazo, donde los procesos de globalización parecen manifestar una intensificación de tendencias seculares y coyunturales. Desde esta perspectiva temporal, los acontecimientos históricos tienden a ser presentados como sucesos inexorables, irreversibles, que exceden nuestros márgenes de actuación política. En esta dimensión, el contexto político, económico y cultural es utilizado por los grupos de poder (nacionales y supranacionales) para imponer una política acorde con sus proyectos de dominación, explotación y apropiación. Desde este ángulo de análisis, destacan su sustrato político y su entendimiento como forma de relaciones sociales; según afirma Hirsch, «la globalización actual es en esencia un proyecto capitalista en la lucha de clases. No es un mecanismo económico ‘objetivo’ ni menos un desarrollo político cultural propio, sino una estrategia política… no es un acontecimiento o expresión natural de una lógica ‘objetiva’ , sino un proceso impuesto y reñido políticamente».

Saber la sumisión desde saberes sometidos: del imperialismo a la globalización ¿o viceversa?

Retomamos lo que por «saberes sometidos» entiende Michel Foucault, definición que se expresa con dos acepciones, en primer lugar como «contenidos históricos que fueron sepultados, enmascarados en coherencias funcionales o sistematizaciones formales… esos bloques de saberes históricos que estaban presentes y enmascarados dentro de los conjuntos funcionales y sistemáticos»; en segundo lugar, «toda una serie de saberes que estaban descalificados como saberes no conceptuales, como saberes insuficientemente elaborados: saberes ingenuos, saberes jerárquicamente inferiores, saberes por debajo del nivel del conocimiento o de la cientificidad exigidos»; se trata, pues, de saberes sometidos, producto de estrategias de dominación y jerarquización en el plano de la práctica y en el de la teoría también. Muchas de las formulaciones categoriales y metodológicas del pensamiento crítico entran fácilmente en esta clasificación. De importancia mayúscula, sería recuperar y desarrollar un programa de investigación que por un lado supere el bloqueo neoliberal y por el otro reivindique algunas de las categorías ya avanzadas por la economía clásica para caracterizar el capitalismo y el imperialismo.

Entender la unidad y conjunto que hace a la economía mundial exige también tener en cuenta su dimensión jerárquica y la actual confirmación de la hegemonía del capital financiero. En esta parte, es posible proponer una lectura de largo plazo de la teoría del imperialismo. Los análisis esbozados en las discusiones clásicas de la Segunda Internacional por Hilferding, Lenin o Bujarin explican la fase temprana o emergente del predominio financiero; hoy es posible, retomando el trabajo de Jorge Beinstein, «acceder a una visión menos influida por las esperanzas y limitaciones europeizantes de aquella escuela marxista e ir más allá de su afirmación de la especificidad capitalista-financiera del imperialismo contemporáneo para incluirla en una trayectoria más larga, multisecular de Occidente».

En esta dimensión, el supuesto carácter universal de las políticas de globalización se revela como un conjunto de políticas que expresan intereses particularistas que reclaman falsos universalismos; se trata de políticas con un carácter particularista de dominación. El director del gabinete de consultorías de Henri Kissinger, David Rothkopft, delinea una imagen de futuro ajena a una caracterización cosmopolita o universalista y explícitamente la coloca en los intereses de dominación del imperialismo nortemericano: «compete al interés económico y político de Estados Unidos el vigilar que, si el mundo opta por un idioma único, éste sea el inglés; que si se orienta hacia normas comunes tratándose de comunicación, de seguridad o de calidad, sean bajo las normas americanas; que si las distintas partes se unen a través de la televisión, la radio y la música, sea con programas americanos; y que, si se elaboran valores comunes, éstos sean valores en los cuales los americanos se reconozcan».

En el terreno del discurso el término globalización sustituyó al del neoliberalismo (el cual por cierto fue sometido a una crítica profunda, que reveló sus efectos dañinos para el conjunto social) y se hace necesario recuperar la crítica de las políticas neoliberales; parafraseando a Clausewitz podemos decir que «la globalización es la continuación del neoliberalismo por otros y los mismos medios». Esto lo entendieron muy bien los movimientos de protesta desde la Selva Lacandona hasta Seattle o Praga; pasaron de ser encuentros por la humanidad y contra el neoliberalismo, a luchas antiglobalización.

En cada uno de estos movimientos, se oponía a la no verdad evidente la riqueza de la verdad posible. Como afirma Manuel Vázquez Montalbán en su Panfleto en el planeta de los simios, «no hay verdades únicas ni luchas finales, pero aún es posible orientarnos mediante las verdades posibles contra las no verdades evidentes y luchar contra ellas».

 

Notas

1. Hemos intentado una respuesta en «¿De qué hablamos cuando hablamos de la globalización?: una incursión metodológica desde América Latina», de publicación proxima.

2. Véase Boaventura de Sousa Santos, «De la mano de Alicia. Lo social y lo político en la posmodernidad», Siglo del Hombre Editores, Colombia, 1998. En especial, capítulo 10.

3. Véase Fernando Mires, «La política en tiempos de la globalización», en Nueva Sociedad, No. 163, México, septiembre-octubre de 1999, pp. 164 – 177.

4. Octavio Ianni, o. c.; y Francis Fukuyama, «Capital social y economía global» en Este país, No. 59, febrero de 1996, México, pp. 2-9.

5. Véase Joachim Hirsch, «¿Qué es la globalización?, en Realidad Económica, No. 147, México, 1996, pp. 7-17. A quien pertenece esa afirmación.

6. Eric Helleiner, «Reflexiones braudelianas sobre globalización económica. El historiador como pionero», en Análisis Político, No. 39, agosto de 2000, México, pp. 3-16.

7. Véase Giovanni Arrighi, «The Long Twentieth Century. Money, Power, and the Origins of Our Times», England, 1994.

8. Joachim Hirsch, o. c.

9. Michel Foucault, Defender la sociedad, FCE, Argentina, 2000, p. 21.

10. Jorge Beinstein, La larga crisis de la economía global, Corregidor, Argentina, 2000, p. 289. Citado en Marc Auge, «Sobremodernidad. Del mundo de hoy al mundo de mañana», en Memoria, No. 129, noviembre de 1999, México, p. 9.

 

J. Gandarilla Salgado es académico del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades y profesor de la Facultad de Economía de la UNAM. Publicado en Memoria, nº 146. México y La Insignia 13 de junio de 2001.