Bombardeos globalizadores y cultura

por Guillermo Gutiérrez – Si la guerra es la continuación de la política por otros medios, entonces la campaña guerrera contra Afganistán, Bin Laden o quien sea el verdadero objetivo de Bush y sus aliados, es una campaña política de nuevo tipo, con un eje centralizado en la búsqueda de la homogeneidad cultural.

El bombardeo inmisericorde, cuyo blanco parecen ser páramos y gentes dispersas en extensiones desiertas, nos recuerda aquella imagen de Joseph Conrad, en “El corazón de las tinieblas”, cuando ve un barco de guerra cañoneando la costa africana deshabitada; qué absurdo, dice, un barco cañoneando un continente…

Es sencillo caer en la tentación de explicar los hechos posteriores al atentado del 11 de setiembre en términos de sostenimiento de la supremacía norteamericana, o de algún brote irracional. Esta idea era perfectamente aplicable en los tiempos del “big stick”, de la “América para los americanos”, cuando la presencia militar garantizaba la expansión de los negocios, o bien su seguridad en territorios “primitivos”. Sin embargo, preferimos enredarnos en razones más complejas, tratando de entender esta formidable operación guerrera contra unas gentes que viven en carpas o casas de barro.

Globalización y bloque dominante transnacional

El núcleo de dichas razones es la marcha forzada hacia la globalización como acontecimiento ineludible para toda la humanidad. Digamos, mejor, hacia un tipo de globalización o, más precisamente, hacia la imposición de una ideología de globalización excluyente de otras alternativas de economía y sociedad. Es el proceso que William Robinson describe de este modo: “la globalización económica tiene su contrapartida en la formación transnacional de clases y en la emergencia de un estado transnacional que ha venido a existir para funcionar como la autoridad colectiva para la clase global gobernante” (Robinson, 2000).

La afirmación de Robinson nos permite enmarcar la operación “Libertad Duradera”, situándola en el proceso de formación de ese bloque dominante de nivel transnacional. Las causales están en que, como dice este autor, “en la actualidad, la globalización del proceso de producción está unificando al mundo en un solo modo de producción y en un solo sistema global y está llevando a cabo la integración orgánica de diferentes países y regiones en la economía global… Se registra una “subordinación de la lógica de la geografía a la lógica de la producción “ y este proceso que no tiene precedentes históricos, “…nos obliga a reconsiderar la geografía y las políticas del estado-nación”.

En ese mismo enfoque, Ulrich Beck señala que se registra una “…simultaneidad de la integración transnacional y la desintegración nacional… van desapareciendo los países ‘puros’”; esto implica la disolución de los últimos espacios locales y nacionales autónomos. En segundo lugar, indica, “las corporaciones transnacionales tienen especial interés por los estados débiles. Porque a pesar de ello siguen siendo estados; casual o intencionadamente, los actores del mercado mundial producen una presión coordinada sobre todos los estados miembros o dependientes de ellos para que neutralicen todo lo que pueda impedir, retrasar o limitar la libertad de movimiento del capital”. (Beck, 1998).

Al respecto señala Bernard Cassen: “El secretario de estado Colin Powell, saliendo simbólicamente del área de su competencia directa… fue categórico: en un artículo publicado en The Wall Street Journal indica que la promoción del comercio internacional viene inmediatamente después de la lucha contra el terrorismo en las prioridades estadounidenses, aunque más no fuera porque ‘obliga a los gobiernos a establecer normas dictadas por el mercado” (Cassen, 2001).

Estos enfoques implican superar concepciones reduccionistas, que se originan al asimilar el actual proceso globalizador con otras formas de expansionismo, cultural, religioso, etc., ocurridas en el pasado. En palabras de Bernardo Kocher , “a eclosão da temática da globalização produziu uma avalanche de associações entre temas e aspectos pontuais da análise política e econômica que alcançaram diversas formas explicativas” (Kocher, 2000). Dichas asociaciones vacían de contenido histórico el actual proceso de globalización, que debe encuadrase en estos parámetros: 1) es la etapa culminante del capitalismo; 2) implica su prevalencia definitiva sobre todos los modos de producción pre-capitalistas que podían subsistir (y los “espacios autónomos” a los que se refiere U. Beck).

Volvamos a “libertad duradera”: si repasamos los párrafos anteriores, vemos que no es casual y se llena de simbolismo el hecho de que aparezca como enemigo de las grandes potencias una sociedad cuasi teocrática, caracterizada por una cultura vigente cuyo reloj se detuvo hace mil trescientos años.

Atacarla y destruirla por ser (supuestamente) base de terroristas, o bien por el control del tendido de oleoductos y gasoductos (en eso las compañías tienen experiencia más que suficiente para lograrlo por medios más baratos), aparecen como el pretexto de los verdaderos objetivos, que son la desestructuración de su fuerte tradicionalismo, su fundamentalismo cultural y religioso, con todo su significado de conflicto entre estos valores y los de la lógica capitalista. Implica mucho más que la persecución y eventual apresamiento de un puñado de tirabombas fanáticos; y tampoco se ha informado sobre la destrucción de cultivos de amapola o laboratorios de producción de heroína.

Entonces, se trata de dar una señal definitiva de la imposición del nuevo orden globalizador. Es la actuación definitiva de lo que teóricamente señalan Robinson y Beck: los Estados nacionales se van subordinando al Estado transnacional, en tanto sus gobernantes restringen su capacidad de decisión al control social interno, en escenarios territoriales claramente delimitados.

La estrategia de diluir la diversidad cultural

Demos un paso más: la operación “Libertad Duradera” es una señal, pero el concepto que la misma comunica es aún más abarcador. Se trata de hegemonizar, y también de homogeneizar.

Como las bombas de racimo al estallar, las señales de hegemonía llegan a todo el planeta. Los gobiernos se han apresurado a manifestar su apoyo a esta presentación pública del nuevo bloque dominante transnacional. Sería superficial suponer que esta actitud complaciente se deba a algún temor por las palabras de Bush, en el sentido de que quién no manifiesta su apoyo explícito está en el bando contrario. Son un apriete verbal y nadie en sus cabales puede suponer que la “coalición” bombardeará a los países que elijan la neutralidad. En realidad, Bush amenaza para facilitar la complacencia de quienes no integran la coalición: es el deseo de ser miembros del club lo que incentiva las adhesiones, un instrumento para acercarse al nuevo bloque transnacional. Pero a la vez todos ellos saben que este deseo encuentra fuertes resistencias populares. Las exigencias de Bush y sus funcionarios permite presentar el emblocamiento acrítico como “razones de Estado”, y así justificar las patéticas declaraciones pro-norteamericanas de varios presidentes latinoamericanos, especialmente en las sesiones de la Asamblea General de la ONU, en este noviembre del 2001. La “necesidad de no quedar aislados” es en realidad la necesidad de los bloques dominantes locales de ser considerados parte del bloque transnacional.

Y este punto nos lleva a dar el último paso hacia las consecuencias del proceso de globalización según lo define, hoy, por el bloque dominante transnacional: constituido más allá de los Estados nacionales, trascendiendo las sociedades locales, utilizando a los gobiernos de los países formales como delegados en enclaves productivos o de extracción de recursos, este bloque dominante transnacional construye en ese proceso a su propio antagonista, que son las masas excluidas.

Así como el ascenso de la burguesía industrial dependió de la generación de su clase antagónica, el proletariado, asistimos hoy al proceso masivo de la exclusión estructural de tres mil millones de personas. Esta exclusión es funcional a las nuevas formas de acumulación, pero a la vez construye al antagonista principal de la clase dominante transnacional.

Este actor que es tanto nacional como transnacional implica una dimensión estructural que supera las viejas categorías de la pobreza. Los pobres son un rango en una escala, por lo tanto representan un estadio superable; los excluidos son la expresión cualitativamente nueva de una humanidad diferenciada y diferente, que deambula por los espacios mundiales buscando un arraigo y una integración que no encontrará. Es precisamente este fenómeno masivo y creciente lo que impulsa a los bloques dominantes locales, que controlan a los remanentes de los estados nacionales, a asociarse a ese movimiento transnacional impiadoso. La exclusión creciente es funcional a esta etapa del capitalismo, pero también suena como una amenaza muy peligrosa. Es preciso dar señales de advertencia hacia quienes pretendan transformar el deambular de esos excluidos en un movimiento con finalidad precisa, la obtención de equidad y justicia.

Por eso la operación “Libertad Duradera” y la coalición ejecutora de la misma concitan esas adhesiones. La guerra prometida contra el talibán también significa un movimiento de supresión de toda diversidad opuesta al proceso hegemonizador y homogeneizador. Es una lógica que asimila las masas excluídas –como ese enemigo acechante con sus reivindicaciones– con los que aparecen como “distintos” por su religión, etnicidad y matriz cultural.

La coalición con Estados Unidos al frente es la expresión táctica del bloque transnacional. Fue exitosa al elegir como blanco representativo de esta cruzada a un núcleo político-religioso relativamente impresentable, y bastante “diferente” (gobierno dictatorial, persecución de las mujeres, extremismo religioso). Estos perfiles permiten justificar ante el mundo “civilizado” (en términos occidentales) la guerra sin cuartel. También ha sido exitosa al revalorizar como modelo de “lo civilizado” al estereotipo blanco, sajón y protestante. Pero tal vez este éxito sea también su debilidad, porque el emblocamiento transnacional es aún un proceso en construcción, en el que pretenden participar actores de múltiples procedencias étnicas y culturales.

Si hay un modelo de globalización impulsado por este bloque, que para afirmarse necesita vencer a un enemigo cuyo núcleo distintivo es una fuerte identidad, podemos concluir que en su estrategia de hegemonía la cuestión cultural es un asunto central. Dicha hegemonía asegura al mercado su funcionamiento sin trabas, protege la extracción de recursos y garantiza el nuevo sistema de trabajo globalizados; sin embargo, todas las operaciones políticas, comerciales y militares que se apliquen para afianzarla parece que sólo serán definitivamente exitosas si se logra también una homogeneidad cultural suficientemente adecuada a estas finalidades. Los talibanes son repudiables en muchos sentidos – aún para los mismos musulmanes – pero por obra y gracia de la coalición y la operación “Libertad Duradera”, hoy simbolizan lo definitivamente opuesto y diferente, en términos culturales, al avasallamiento mundial impuesto por el capitalismo. Es un símbolo muy fuerte y su aniquilación pretende ser una señal definitiva de la supremacía de la “civilización occidental”. Es una advertencia contundente a toda la gradación de culturas diferenciadas, y una amenaza para las masas que puedan encontrar en ellas el elemento cohesionador, en su lucha contra la globalización capitalista.

La fuerza de la resistencia cultural

Pero esta campaña también nos interroga sobre si un mundo globalizado, sin diferencias ni alternativas, puede imponerse mediante la acción militar. Y en ese sentido, la historia guarda innumerables lecciones que debemos recuperar.

Hay muchos ejemplos de genocidios y pueblos aniquilados por la fuerza, pero los suicidios culturales son prácticamente desconocidos. A través de la resistencia pura, o de tácticas de sincretismo, las identidades culturales sirvieron a los pueblos para resistir y encontrar caminos de afirmación. La constante histórica en condiciones adversas fue la resignificación de los valores del dominador, un instrumento tan eficaz que muchas veces terminó con una reversión de esos valores. Esta es una afirmación vigente, cuya contundencia puede desbaratar los objetivos de una guerra absurda.

El proceso globalizador en su dimensión económica, política y comunicacional es el desenvolvimiento objetivo de la historia; aceptarlo o negarlo no se trata de un asunto “moral”. La cuestión es encontrar estrategias, desde perspectivas regionales novedosas, que sean capaces de frenar el aumento de la exclusión social y que sigan garantizando la diversidad cultural.

Porque si el proceso de globalización es una dimensión objetiva de la historia, podemos afirmar que el actual proceso de globalización no es un hecho natural ni obra de un destino fatal. Es históricamente determinado, y es por lo tanto superable desde una dimensión que ponga en el centro del proceso a las culturas en sus múltiples expresiones.

Una de las estrategias que deberíamos instalar, en ese sentido, es la que denominamos “vinculación selectiva con la globalización”. La consolidación de una propuesta de bio-regiones-culturales, superadora del formalismo de los hoy subordinados estados nacionales, y las acciones consecuentes, son caminos posibles para comenzar a incidir desde los intereses populares y regionales en el proceso globalizador. Y, por los puntos que antes citábamos, en esta estrategia la batalla cultural, de fortalecimiento de las identidades locales y regionales, será decisiva.

Bibliografía

Beck, Ulrich. ¿Qué es la globalización? Paidos. Barcelona,1998.

Cassen, Bernard. La OMC alistada en la coalición. En Le Monde Diplomatique, pág. 11, noviembre 2001.

Kocher Bernardo. A construção de um objeto histórico: a economia política da globalização Seminario El pensamiento economico critico ante los cambios del sistema mundial, Puebla, México, 5 a 7 julio 2000. Publicación electrónica REDEM.

Robinson William I. La globalización capitalista y la transnacionalización del estado. Revista Web Mensual de Economía, Sociedad y Cultura. Agosto 2000.

G. Gutiérrez es antropólogo y director del ICEPH (Instituto Cordillerano de Estudios y Promoción Humana), Bariloche, Argentina. Redactado el 1 de noviembre 2001.