por Víctor Flores Olea – Los procesos de la globalización contemporánea tienden a eliminar o a reducir a los sectores de la disidencia, o si se quiere a los sectores que afirman una identidad que los distingue de la uniformidad más generalizada.
El hecho es que el fenómeno de la globalización inevitablemente da lugar a cuarteaduras por donde asoman inevitablemente grupos, sectores y clases, y desde luego individuos, que se niegan a asumir la identidad forzada que impone la globalización, que la denuncian y desde luego que despliegan múltiples formas de resistencia, pacífica o aún violenta.
Hay autores que inclusive sostienen que tales sectores heterogéneos y de la resistencia, en ocasiones estimulados por los mismos procesos globalizadores, contribuyen a tales procesos, basados en el principio de que “lo que resiste apoya” (Héctor Díaz-Polanco El Jardín de las identidades. La comunidad y el poder. Sobre todo el capítulo II. Identidades múltiples en la globalización. Ed. Orfila, 2015). La dicotomía apoyo-resistencia, sería además una de las causas más eficientes de la riqueza y contrastes sociales que encontramos en la sociedad contemporánea. Variedad de facetas que multiplica las formas de vida pero uno de cuyos sostenes es la explotación generalizada de la economía, de unas clases por otras, que al final de cuentas resulta uno de los modos permanentes de la existencia o modos estructurales básicos del capitalismo, radicalizada extremadamente la explotación en este tiempo tan difundido de combinación de intereses corporativos transnacionales.
El hecho es que hoy, diría cada vez más, las formas múltiples de la elaboración de los bienes, de fórmulas de distribución y modos de consumo, están en la base de la explotación generalizada del trabajo humano que se ha incrementado extraordinariamente en estos tiempos de globalización, uno de cuyos pilares son los centros financieros,
¿Por qué la multiplicación de las diversidades puede servir de apoyo a la globalización? Yo vería al menos tres razones: primero, el hecho de que las diversidades son al mismo tiempo un multiplicador de ofertas y demandas, ya que uno de los aspectos que caracteriza a la globalización es la multiplicación de la mismas; otra razón podría ser que una oferta, y una demanda agregada, incrementan en espiral las cifras de negocios y, en el caso específico de la globalización, sin medidas compensatorias ni regulatorias, incrementa espectacularmente la concentración de capitales; un tercer punto podría ser que un aumento en flecha de la demanda, con su correspondiente oferta, tiende a mantener desorganizada a la demanda, que sería el origen, bajo ciertas condiciones políticas y organizativas, de los movimientos sociales transformadores, o de un gran movimiento o exigencia de transformación radical de la globalización neoliberal actual.
En el mencionado libro de Díaz-Polanco se atisban algunas de las enormes dificultades con que se enfrentan las oposiciones al sistema, dificultades también que son del orden subjetivo (entre las cuales no es menor la mala experiencia del estalinismo, que a tantos hizo abandonar al socialismo).
A pesar de todas las dificultades objetivas y subjetivas, es claro que vivimos un tiempo de grandes esfuerzos de todo tipo, inclusive un buen número que tienen un perfil más ético y social que político, y que han dado como resultados no solo la organización sino la puesta en marcha de muy importantes movimientos que en muchos casos dejan atrás a las organizaciones políticas, como los partidos, que en muchos caos se ven ya como obsoletos debido precisamente a la novedad, de estilo y forma, de los movimientos sociales. Sería largo enumerarlos, pero digamos que los movimientos sociales reivindican intereses como la cultura, el reconocimiento de la identidad individual y social, el medio ambiente, la justicia, la promoción de los derechos humanos, y muchos otros aspectos. Su interés se centra en la acción colectiva y, por otra parte, en los elementos culturales a los que va ligada tal acción que, con frecuencia, resulta más simbólica que organizada. Naturalmente implicando también la participación y la movilización ciudadana.
Sus formas de organización son más del tipo asambleísta que jerárquica y centralizada, con mucho mayor autonomía en las bases que los sindicatos. Y no sólo tratan asuntos de Estado sino genéricamente sociales; por excepción contienen reivindicaciones cuantitativas siendo la mayoría de las veces cualitativas o inclusive relacionadas con la identidad o estilo de vida. En general, más que el poder les interesa crear o formar espacios de autonomía que serían eventualmente plataformas de lanzamiento en contra del poder público.
De hecho, durante las últimas décadas en América Latina se han multiplicado las protestas sociales en contra del modelo de desarrollo que impone el “Consenso de Washington»; además, la propagación de fenómenos globales en la región como el narcotráfico, el terrorismo y la corrupción, y la incapacidad de los sistemas políticos tradicionales –partidos, gobiernos y congresos– para manejar estar situaciones de ruptura, han tenido una gran influencia como causa de los movimientos sociales, que se han expresado en estos escenarios de manera muy diversa. Algunos, incluso convirtiéndose en movimientos políticos o partidos, llegando efectivamente al poder e institucionalizando sus proyectos de acción política. (Como ejemplos mencionamos tan sólo a Podemos en España, y Syriza en Grecia o Morena en México). Otros, en abierta rebeldía contra las fuerzas políticas tradicionales, han desafiado la institucionalidad democrática.
Es claro que ante el descrédito y la desconfianza que generan los partidos políticos, los movimientos sociales y sus organizaciones han estimulado las demandas de determinados grupos de la sociedad. Aunque los movimientos sociales sólo representan una parte de la sociedad civil, no se puede desconocer que éstos pueden ser generadores de nuevas identidades que dan lugar a nuevas formas de representación política, generalmente disruptivas del status quo. En medio de la crisis de representación que caracteriza a un buen número de democracias latinoamericanas y al desencanto de la opinión pública hacia los actores políticos tradicionales (principalmente los partidos, pero también las cabezas del ejecutivo y los congresos), los movimientos pueden convertirse en muy atractivos para la ciudadanía.
La cuestión clave consiste en saber si la presencia cada día mayor de los movimientos como actores políticos debe considerarse como un desafío a la vieja democracia representativa, o como una y como una verdadera oportunidad para ventilar y consolidar los avances democráticos ya conseguidos a través de una nueva ola de democratización alternativa. La historia nos lo dirá muy pronto.
Publicado en La Jornada, México, 4 enero 2016, aquí …