por Marc Bassets – Para el presidente de Estados Unidos, el demócrata Barack Obama, son dos las iniciativas centrales del tramo final de su mandato, que termina en enero de 2017. La primera es el acuerdo sobre el programa nuclear de Irán, concluido el verano pasado en Viena. La segunda es la Asociación Transpacífica (TPP, en sus iniciales en inglés), el mayor tratado de libre comercio en décadas. Cerrado el pasado lunes, tras cinco años de negociaciones, el tratado está pendiente de la ratificación en los 12 países firmantes.
A diferencia del acuerdo con Irán, que topó con la oposición del Partido Republicano, es el Partido Demócrata, y sus aliados en los sindicatos estadounidenses, el que encabeza el frente contrario al TPP. Más diferencias: el acuerdo de Viena intenta evitar que Irán se haga con la bomba atómica a cambio de levantar las sanciones internacionales que pesan sobre del país persa. Es un acuerdo geopolítico. El TPP, en cambio, es un tratado para reducir las barreras al comercio y la inversión.
El primero modifica los equilibrios de poderes en Oriente Próximo. El segundo, en la región de Asia-Pacífico. Pero a ambas iniciativas —ambas fuertemente cuestionadas en Estados Unidos— les anima el mismo espíritu: la idea de que sólo mediante el multilateralismo, los acuerdos internacionales y la diplomacia —tradicional en un caso; comercial en el otro— Estados Unidos puede hacer valer la influencia mundial en un momento de dudas sobre su estatus como potencia hegemónica.
Obama ve el TPP en términos geopolíticos. Lo han suscrito, además de EE UU, Canadá, México, Perú, Chile, Australia, Nueva Zelanda, Japón, Vietnam, Malasia, Singapur y Brunei. Los asesores del presidente creen que el éxito del acuerdo es una cuestión de “seguridad nacional”.
“[La región] Asia-Pacífico es hoy la parte más dinámica del globo y el lugar donde gran parte de la historia de este siglo se escribirá”, dijo en mayo, mientras se negociaba el pacto, el secretario de Estado, John Kerry. “Hay una necesidad de liderazgo estadounidense”, añadió
En 2011, dos años después de llegar a la Casa Blanca, Obama estableció como prioridad el giro —pivot o pivote, en inglés— hacia Asia. El giro partía de una constatación. El centro de gravedad económico se había desplazado hacia Asia. También el centro de gravedad geopolítico. Ambos desplazamientos tienen una causa común: China. Coinciden con el ascenso económico chino y el deseo, por parte de Pekín, de afirmar su zona de influencia regional.
El ‘pivote asiático’ debe contrarrestar el ascenso chino. Se sustenta, de un lado, en el refuerzo de la cooperación militar con países de la región. Y, del otro, en la cooperación económica que tiene en el TPP su máxima expresión.
“Teniendo en cuenta que más del 95% de nuestros clientes potenciales viven fuera de nuestras fronteras, no podemos permitir que países como China escriban las reglas de nuestra economía”, dijo Obama el lunes, tras concluirse el acuerdo.
Lee Branstetter es profesor de economía en la Universidad Carnegie Mellon de Pittsburgh (Pensilvania) y miembro no residente del Peterson Institute for International Economics, en Washington. En este laboratorio de ideas se forjó el llamado “consenso de Washington”, emblema, para parte de la izquierda, de las políticas liberalizadoras de las últimas décadas.
“La globalización es algo que está ocurriendo, y podemos participar activamente en las negociaciones de este proceso, o apartarnos y permitir que el proceso [los tiempos, la dirección, las normas] lo definan otros”, dice Branstetter. La aprobación del TPP, continúa, “envía el mensaje de que, pese a todos sus problemas políticos, Estados Unidos será un participante activo en el proceso de negociar cómo avanzará esa globalización”.
Dominio de EE UU
A la pregunta sobre los posibles paralelismos entre la negociación de Irán y la del TPP, Branstetter responde señalando la diferencia obvia en el asunto de las negociaciones y la relación con los interlocutores en cada una, pero añade: “En ambos casos el presidente Obama intenta, y aquí uso mi lenguaje, no el suyo, lograr que los estadounidenses piensen en el mundo de una forma adulta, que aprecien el hecho de que Estados Unidos no está en posición de imponer su voluntad de manera unilateral al mundo”. El TPP, como el acuerdo con Irán, es un acto de realismo, de realpolitik.
Para los responsables de AFL-CIO —la federación que agrupa a 56 sindicatos y representa a 12,5 millones de trabajadores—, la realidad de los acuerdos comerciales es más sombría. “Las normas que se han acordado en el TPP establecen el neoliberalismo, un sistema amañado en el que, sin duda, hay beneficios”, dice Celeste Drake, especialista en política comercial en la AFL-CIO. “Pero las normas [del acuerdo] garantizan que estos beneficios vayan a las élites corporativas, al 1%, y harán realmente difícil para los trabajadores obtener su parte justa del trabajo”.
Una de las críticas de la izquierda estadounidense al TPP se dirige al organismo que debe resolver las disputas entre inversores y Estados. El temor es que este organismo socave la soberanía nacional: que una demanda de un inversor extranjero acabe obligando a cambiar las leyes de un país —Estados Unidos u otro— por la puerta trasera. La crítica se fundamenta en el balance de otros acuerdos comerciales.
“Cuanto los países, para competir, nos acercamos cada más a través de acuerdos comerciales, los trabajadores afrontan la siguiente situación”, dice Drake. “Están intentando organizar un sindicato en una nueva fábrica, o intentan renegociar un contrato. Y la empresa les dice: si votáis a favor del sindicato, cerraremos y moveremos la fábrica. Con el TPP tendrán más lugares para hacerlo, lugares donde existirán protecciones para la inversiones. O pueden decir: lo siento pero no os podemos subir el salario. Tendréis que renunciar a estos beneficios. Si no, cerraremos la fábrica”.
En Estados Unidos, la caída de las barreras comerciales se asocia con el aumento de las desigualdades, el estancamiento de los salarios y la erosión de la clase media. Drake menciona un estudio del laboratorio de ideas Economic Policy Institute según el cual el Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte, con México y Canadá (TLCAN o NAFTA, en inglés), adoptado en 1993, destruyó 682.000 empleos en Estados Unidos. Las deslocalizaciones industriales se explican por este proceso, según esta visión. Branstetter, del Peterson Institute, replica a este argumento diciendo que el declive industrial estadounidense no se explica tanto por el acuerdo con México y Canadá como por el ascenso de China. Y precisamente China no está ni en NAFTA ni en el TPP.
En este debate, la AFL-CIO cuenta con poderosos aliados políticos. Esta semana se ha sumado a las críticas al tratado Hillary Clinton, exsecretaria de Estado y ahora aspirante demócrata a suceder a Obama en la Casa Blanca tras las elecciones presidenciales de noviembre de 2016. Clinton, una política con historial moderado, legitima la oposición el al tratado.
El presidente Obama confía que, en el Congreso de Estados Unidos, la oposición republicana le respalde, porque tiene a los demócratas en contra. El Congreso es un obstáculo que el acuerdo con Irán ya ha superado. El destino del TPP todavía es incierto.
Publicado originalmente en el suplemento Economía & Negocios, El País (Madrid, España), en octubre 2015. Se reproduce aquí sin fines comerciales, unicamente con propósitos informativos y educativos.