-¿Qué debe entenderse hoy por “cultura”? ¿Qué distinguiría a los productos y prácticas culturales de otros muchos productos y prácticas (mercancías, políticas públicas, actividades de la vida cotidiana, etc.)?
Yo entiendo la cultura a la manera de los antropólogos: como un sistema simbólico que está presente en las actividades e instituciones sociales y que cristaliza en obras y objetos muy diversos. Las llamadas prácticas culturales y sus productos, en este sentido, son solamente una parte de la cultura. Las prácticas culturales se suelen restringir a las manifestaciones artísticas de lo que se puede llamar la cultura culta y que suele ser objeto de culto: pintura, escultura, música, danza, artesanía, literatura. Pero desde una perspectiva antropológica es importante trazar las continuidades, las semejanzas y los paralelismos entre las “obras de arte” y objetos, prácticas, creencias o costumbres como productos industriales, formas de cocinar, armas, hábitos sexuales, herramientas, sistemas de parentesco, edificios, ceremonias religiosas, costumbres funerarias, etc.
-¿Tiene sentido todavía la dicotomía entre “alta cultura” y “cultura de masas”? ¿Por qué? ¿Es necesario “defender” la cultura? ¿Se debe otorgar, desde el Estado y otras instancias, un tratamiento especial al campo cultural y sus actores?
En su sentido restringido, pensando en la cultura culta, ciertamente se puede hablar de cultura popular o de masas y de alta cultura. Pero no hay una clara y precisa división entre ambas y de hecho muchas expresiones artísticas han dejado de aceptar esa separación. Muchos artistas tampoco aceptan la división entre la obra de arte y, por ejemplo, el objeto encontrado al azar, que se concreta solamente cuando la primera es aceptada en un museo y el segundo es tirado a la basura. Pero si el objeto no es desechado y es adquirido por un coleccionista, adquiere la categoría obra de arte. Tanto la alta cultura como la cultura de masas suelen ser objeto de culto, es decir, de una admiración ritual que rinde honores a ciertos objetos y prácticas.
Desgraciadamente, hay más bien esferas estatales en las que sus integrantes se defienden de la cultura, pues sienten que los contamina y que obstaculiza su actividad. Leer libros o escuchar música, para muchos políticos, es perder el tiempo. Es conveniente que esta clase de políticos no defienda a la cultura. Pero, sin duda hay aspectos de la cultura culta, amenazados de extinción, que requieren un apoyo especial.
Usualmente son los poderes estatales, empresariales y financieros quienes “defienden” la cultura culta. Es decir: la definen y la capturan, la compran y la exhiben, la mantienen y la conservan, la alquilan y la reproducen. Depende de cada artista o escritor manejar con sabiduría y prudencia estas defensas para no convertirse en servidores de sus defensores.
– En una cultura globalizada, ¿cómo conviven los circuitos locales, nacionales y transnacionales? ¿Hay todavía un centro y una periferia? ¿Qué agentes culturales predominan y cuáles son marginados? ¿Qué tipos de obras son favorecidas por la lógica global y cuáles son relegadas?
Hay una globalización cultural asimétrica. Muchos circuitos locales y nacionales son periféricos y menospreciados por los grandes centros de poder cultural, sea que se ubiquen en Nueva York, Londres, París u otras ciudades con una concentración de teatros, salas de conciertos, editoriales, universidades y revistas. La circulación de textos literarios sufre un reto adicional: para transitar requieren de ser traducidos.
-¿Cómo han transformado los medios digitales las nociones de “creación” y “autoría”?
Muchos creen que la expansión de los medios digitales es una amenaza para los autores y para la creación. Yo he criticado estas ideas sobre los peligros de la digitalización en un libro digital: Digitalizados y apantallados. Yo defiendo la expansión de las prótesis digitales electrónicas que han ampliado enormemente nuestro entorno cultural. Las antiguas ideas sobre la autoría y la creación no han desaparecido, pero ahora son acompañadas de muchas formas nuevas. Un ejemplo: la literatura, el teatro y el cine no son dañados por el surgimiento y la gran expansión de las series de video digital transmitidas originalmente en la TV. Pongo un solo ejemplo de alta calidad: la serie The Wire, creada por David Simon. Como todas estas series, aunque hay un creador central, su trabajo se diluye en un inmenso equipo.
-¿Cuál es la función de los agentes de mediación (críticos, curadores, editores, gestores culturales, etc.) en la cultura contemporánea?
Su función es, cada vez más, la de legitimar las expresiones artísticas e intelectuales, valorarlas para estimar su precio, establecer los cánones que rigen las expresiones culturales y establecer nexos entre el gobierno y los creadores. Desde luego es importante su papel en la distribución y venta de los productos culturales. Los mediadores están abandonando su antigua función creadora y crítica para transformarse en agentes de control de las expresiones culturales y en facilitadores de las funciones del mercado.
-¿Cómo concebir hoy las dinámicas de la recepción cultural? ¿Cuál es el papel del público?
Es muy distinto el público que recibe como un don la creación cultural, y que se alimenta espiritualmente de ella, del que forma parte de un mercado consumidor. En el seno de este mercado consumidor de bienes culturales se aloja un grupo que mantiene un vínculo creativo con las obras que adquiere. Hay también en segmento que busca el entretenimiento circunstancial. En realidad, el público que absorbe obras culturales es muy heterogéneo. Sus diferentes componentes interactúan entre sí, de manera que se forman cadenas y redes. El consumo de bienes que están de moda y de best-sellers, impulsado por la imitación, puede estimular el crecimiento de apetitos estéticos muy sofisticados que buscan expresiones originales fuera de las tendencias mercantiles hegemónicas.
-¿Tiene el artista un compromiso político? ¿Qué compromiso? ¿Tienen efectos políticos las prácticas culturales? ¿Qué efectos?
Cada artista decide sus compromisos. Las prácticas culturales muchas veces tienen consecuencias políticas, especialmente si son ligadas a la construcción de identidades nacionales o al impulso de formas de militancia. No aceptar compromisos puede ser también una forma de comprometerse.
Publicado originalmente en el sito mexicano Horizontal, mayo 2015. La entrevista original aquí.