por Carlos Manera – Los tiempos actuales son de grandes turbulencias económicas. Algunas de éstas son coyunturales: obedecen a fenómenos concretos –la situación del déficit público, los saldos comerciales–. Otras son sistémicas: cuestionan procesos vividos, bases ya solidificadas, y colocan a la sociedad en un reto permanente. Este complejo engranaje, hoy cuestionado, ha abierto vías para la interpretación y el análisis de algunos economistas, de manera que, desde la Economía Aplicada, se han buscado en la Historia Económica experiencias que pudieran ser útiles para entender mejor la situación presente. Ello ha fomentado trabajos nuevos o ha prolongado los ya existentes, en función de la agenda de los grupos de investigación. De ahí el trabajo que sigue, que recoge los siguientes aspectos que han constituido, en los últimos tres años, una investigación extensa sobre la Gran Recesión. La aportación se ordena en tres apartados:
En el primero, se aborda la emergencia de China como país relevante en la nueva globalización y se relaciona ese importante impulso con el reflujo de Estados Unidos. La Gran Recesión proporciona oportunidades de consolidación a los nuevos colosos económicos, si bien se aprecian problemas que pueden jalonar episodios de dificultades en pocos años, si no se atajan. Se aborda igualmente la irrupción de las nuevas naciones emergentes y su expansión hacia África, con inversiones que se han incrementado de forma relevante desde 2004;
El segundo epígrafe se centra en las medidas adoptadas en los países avanzados, sobre todo en la Unión Europea, a raíz de la crisis: las políticas de consolidación fiscal y de recortes en la economía pública que están comportando, entre otros problemas graves, dislocaciones sociales, pobreza, desigualdad, aumento del paro e incremento de la deuda pública. La ideología neoliberal impregna estas actuaciones que están conduciendo a un fracaso social, junto a un aumento de la explotación. Al mismo tiempo, se enfatizan dos consecuencias letales de la austeridad: la importante caída de la demanda agregada, la escasez inversora tanto en el ámbito privado como en el público y, como desenlace preocupante, la posibilidad real de deflación, tanto en Europa como en Estados Unidos;
El tercer apartado constituye una conclusión que actúa, igualmente, como una alternativa: se defiende, por un lado, que la caída en la tasa de beneficio ha sido un detonante crucial en la Gran Recesión, de forma que esto hace que pueda pensarse en una crisis sistémica –bloqueo inversor, incapacidad de salir del túnel en la nueva revolución tecnológica, desmantelamiento del Estado del Bienestar– más que en una crisis sólo financiera, de deuda o monetaria. Esta visión se apuntala con el aumento de la desigualdad, que obedece a las medidas adoptadas ante la pérdida de productividad del capital, el desplome de la tasa de ganancia –pero con el objetivo de recuperar la masa de ganancia– y la crisis grave que se está infringiendo a las economías públicas con los requerimientos de equilibrar, sin criterios sociales, los déficits públicos.
I- La emergencia de nuevos líderes: una nueva geografía económicaLa economía de la globalización dibuja nuevas coordenadas:
1- Un liderazgo cuestionado. El crecimiento de países emergentes, con China como principal cabecera, supone una reorientación de los flujos comerciales, en los que los dominios europeo y norteamericano se ven alterados por la fuerte irrupción del capitalismo chino. Esta expansión abraza cuotas productivas, mercantiles y financieras, con presencias cada vez más intensas en los escenarios internacionales. Se advierte, por tanto, el diseño de una nueva geografía económica cuyas características precisas son todavía inéditas –dada su vigorosa actualidad, los economistas siguen estudiando estas rápidas transformaciones–, pero pueden aventurarse algunos elementos, con China como protagonista central:
- Flujos financieros del sur al norte, un proceso inédito en la Historia Económica, y que diluye por completo las antiguas teorías de la dependencia.
- Adquisición de emisiones de deudas y fondos soberanos y de bonos de los Tesoros pertenecientes a naciones avanzadas.
- Predominio en el comercio de metales y acceso a fuentes energéticas fósiles, particularmente gas y petróleo, para cubrir las necesidades productivas en expansión.
- Tranquilidad política, social y económica, que justifica la ingente entrada de capital extranjero y el establecimiento de empresas que dirigen así un nuevo proceso de deslocalización industrial, hecho que promueve alianzas empresariales entre el capitalismo chino y el occidental, con claros componentes de complicidad: las inversiones de empresas ya consolidadas tienen como contrapartidas los bajos salarios, la represión política y la laxitud en las exigencias laborales y ambientales, con un desenlace relevante: el aumento de la competitividad empresarial.
Además de China, otros países aparecen como grandes competidores en la globalización: India, Brasil, Rusia y Sudáfrica (conocidos por el acrónimo BRICS). A este grupo debe añadirse otro formado por economías emergentes de fuerte expansión: Corea, Indonesia, México, Taiwán y Turquía (o EAGLES, Emerging and Growth-Leading Economies). [2]
2- Esta situación se ha reforzado con la Gran Recesión. Los atisbos de la crisis eran perceptibles en el comienzo del siglo XXI en Estados Unidos, si bien aquí la capacidad de recuperación fue fulgurante tras la caída de los activos en las empresas de alta tecnología. La actuación de las instituciones económicas –en particular, de la Reserva Federal– ha alentado la formación de burbujas especulativas y ha situado la estructura productiva a las puertas de una crisis de sobreacumulación. Esto es relevante para entender el proceso de la recesión que se inicia en 2008.
3- Pueden advertirse signos de sobreacumulación en el crecimiento industrial chino, con el grave problema que su conexión con las economías occidentales pudiera generar un colapso financiero y productivo. La formación bruta de capital fijo es ingente en Asia, hecho que lastra las posibilidades de una mayor expansión de la demanda interna. La gran diferenciación regional en el vasto mercado interior de China denota fuertes contradicciones que van a dificultar el crecimiento endógeno de la economía.
4- Los retos no incumben sólo a los indicadores más financieros o contables: la emergencia de nuevos países, con crecimientos muy potentes, junto al propio desarrollo de las economías avanzadas, infiere la acentuación de problemas ambientales que se manifiestan en tres vectores clave: el incremento de las emisiones tóxicas a la atmósfera, el aumento de la temperatura del planeta desde los años 1960 y, como corolario central, la demostración científica del cambio en el clima –motivado por las externalidades negativas de la actividad humana–. Esto debería promover políticas de contención del consumo y de la producción hacia planteamientos más vinculados con la eficiencia energética.
5- Esta agenda económica no está siendo aprehendida por los dirigentes políticos. La adopción de estrategias de austeridad expansiva es la base de la política económica que se desarrolla, de manera que cualquier otra perspectiva es vista como excéntrica por parte del pensamiento dominante en economía. Esta tesis subraya los recortes de gasto público que, percibidos como permanentes por la población, anticipan teóricamente el pago futuro de menos impuestos. La adopción de tales premisas en épocas de problemas para las finanzas públicas provoca que su credibilidad aumente, hasta el punto que sus defensores abogan por hacer más profundos y pertinaces los ajustes, precisamente en fases de depresión económica.
Los capitalismos mutan, se adaptan, todo muy lejano a su anunciado hundimiento. Las consecuencias de la Gran Recesión consolidan cambios ya existentes: la emergencia de nuevas potencias como China e India que tienen en África enormes intereses, explicados por sus necesidades energéticas y productivas. Pero la inserción de esos capitalismos asiáticos en territorio africano es distinta, en apariencia, a la que históricamente promovieron los liderazgos occidentales, y que todavía perduran en las zonas en las que sus inversiones siguen siendo capitales. Se ha podido observar:
6- La imposición de planes económicos sin tener en cuenta los derechos individuales de las personas que en teoría se beneficiarían de los mismos. Derechos básicos: mantener la vivienda y el trabajo, lesionados por coacciones que surgen de las empresas inversoras y de los gobiernos cómplices. Puede afirmarse que Occidente ha fracasado en sus intentos de ayudar a países africanos (Easterly 2014). El motivo: un enfoque tecnocrático, paternalista, que no ha tenido en cuenta el respeto a los derechos de la población pobre. Los organismos occidentales piensan que la pobreza se resuelve técnicamente, toda vez que las personas míseras son incapaces de tomar decisiones acertadas, por lo que urge hacerlo por ellas, externamente. Un craso error, propio de lo que William Easterly califica como “tiranía de los expertos”, cuya relación con “dictadores benévolos” –que fomentan inversiones, pero que niegan libertades fundamentales– suele ser letal para las poblaciones afectadas. Estamos ante élites extractivas, según nos enseñan Daron Acemoglu y James Robinson, que no consideran más que la coyuntura concreta: el entorno y la trayectoria no cuentan (Acemoglu-Robinson 2012). La cuestión plantea un debate importante entre los economistas: Easterly es un claro detractor de las políticas de cooperación, tal y como se han desarrollado hasta el momento; Jeffrey Sachs, sin embargo, es uno de sus defensores más entusiastas, hasta el punto de impulsar proyectos de las aldeas del milenio, de forma que su postura se suma a las de otros eminentes teóricos como Hans Singer y Jan Tinbergen, que argumentan que comercio, créditos e inversión exterior se realizan en función de los beneficios esperados para las empresas, mientras que las ayudas proporcionadas por Estados no se encuentra determinada por las mismas presiones que condicionan los mercados (Singer 1986; Tinbergen 1986; Sachs 2005; Easterly 2014; Kabunda-Santamaría 2009). Estos postulados tecnócratas de “pizarras en blanco”, es decir, sin tener en consideración las historias económicas, las características sociológicas y culturales que impregnan cada país, conducen al fracaso: no existen pizarras vacías de contenido, y creer lo contrario induce a la aplicación de recetas rígidas –como si se tratara de leyes–, de manera independiente a la realidad. Easterly concluye entonces que la pobreza no se produce por falta de experiencia, sino por ausencia de derechos.
7- China e India lideran, en los BRICS, las nuevas inversiones en África. Las que se acuerdan con los gobiernos africanos tienen como objetivo el acceso sobre todo a fuentes de energía y materias primas; pero también la adquisición de grandes extensiones de tierras para su cultivo. La fuerte presencia asiática se ha observado positivamente por parte de gobiernos y empresas africanos, en un contexto –desde 2008– en que europeos y americanos –éstos últimos, en menor medida– se han replegado por el impacto de la crisis. En 2010, el 80% de los préstamos del Eximbank (CHEX) se dirigieron a proyectos de infraestructura en África; al mismo tiempo, del total de la inversión exterior directa de China un 3% se consolidó en el continente entre 2009 y 2010. El gigante asiático es el principal proveedor de fondos a África y se ha convertido en su principal socio comercial, espoleado –como en el caso de India– por una insaciable demanda de recursos naturales, que se mantendrá en los años inmediatos junto a los previsibles débiles crecimientos de los países de la OCDE. Es decir, el crecimiento de países africanos va a depender de las capacidades inversoras asiáticas y del mantenimiento de sus necesidades de insumos. Los capitalismos orientales no se diferencian de los occidentales en sus estrategias productivas ni en los intereses de sus clases extractivas: Jean Nanga ha conceptuado esto como la persistencia del neocolonialismo, ya que sigue significando el desarrollo de desigualdades sociales en todos los países, la persistencia de guerras en algunos de ellos, y el aumento de la explotación.[3]
8- El crecimiento económico de África es el resultado de estos procesos de intensa penetración capitalista, occidental y oriental. Entre 2011 y 2015, con datos reales y con previsiones, el FMI indica que de los diez países con mayor avance del PIB, siete son africanos: Etiopía (8%), Mozambique (7,7%), Tanzania (7,2%), Congo (7%), Ghana (7%), Zambia (6,9%) y Nigeria (6,8%). Los otros tres son: China (9,5%), India (8,2%) y Vietnam (7,2%). [4] En 2011-2013, los principales socios comerciales de estos siete países africanos fueron Estados Unidos, China, India y Brasil, con cuotas agregadas que superaron el 50%. [5] Ahora bien, crecimiento económico no significa necesariamente desarrollo humano. Como indican Mbuyi Kabunda y Antonio Santamaría, aquél viene mediatizado por instituciones impuestas por una nueva colonización de la producción, el comercio y la gestión, mediante la colaboración de gobernantes, instituciones económicas internacionales –que hacen recomendaciones inflexibles– y la función de los países africanos en los escenarios internacionales. El desarrollo humano, por otra parte, se entrelaza con cambios económicos que proporcionen servicios sociales, reduzcan la pobreza e infieran mejoras en las condiciones de vida. En tal sentido, las corrientes de inversión hacia África se concentran sobre todo en la extracción de recursos naturales, de forma que no resulta sencillo que se generen cambios que induzcan diversificaciones productivas y desempeños industriales. Es más: China e India son productoras de manufacturas básicas que compiten con los sectores africanos correspondientes; el caso de textil es el más elocuente al respecto, y las crisis provocadas por esa competencia han supuesto en África la pérdida de miles de puestos de trabajo y la búsqueda de otras actividades vinculadas, esencialmente, a la economía informal (Kabunda-Santamaría 2009).
9- En la globalización, con la emersión de nuevos líderes económicos –China, India– y el “redescubrimiento” de África como continente de provisión, se abren nuevos debates para los economistas, al margen de las preocupaciones de los déficits y las deudas públicas. Las políticas de promoción de exportaciones de materias primas, la articulación de mercados internos y la consecución de procesos de industrialización que supongan, a su vez, incrementar la capacidad exportadora, recetas fundamentales para los teóricos de la economía del desarrollo (Lewis 1986), no aportan mecánicamente los resultados esperados: faltan empresarios, personal técnico y capitales. Pero además existen otros componentes que tienen presencias cíclicas: la evolución de los precios de las materias primas tiende a decrecer, de forma que esto cristaliza en deficientes relaciones reales de intercambio. Esto se está viendo en este optimista contexto de fuerte crecimiento económico africano, en el marco de la Gran Recesión: muchos pequeños y medianos plantadores, que se animaron ante las subidas de los precios entre 2005 y 2008, han visto retroceder de nuevo los valores de sus mercancías y, por consiguiente, buscan otras alternativas. Los proteccionismos occidentales a sus propias mercancías impiden la concurrencia de los productos africanos en condiciones más plausibles, proteccionismo que involucra al mismo tiempo –y de forma férrea– los sectores tecnológicos. Esta “retirada de la escalera”, en expresión de Ha Joon Chang (Chang 2004), supone una barrera más por parte de las naciones desarrolladas que, ahora también junto a China e India, ven en África grandes posibilidades para afianzar o auparse a un liderazgo mundial en el que el papel de los recursos africanos será determinante.
II- Austeridad mal entendida, la pérdida de gobernanza
En este contexto de aparente cambio de liderazgo, los datos macroeconómicos que se airean –y que enternecen a algunos economistas–, como preludio de una recuperación en ciernes en el mundo más desarrollado –y, en particular, en la Eurozona–, no parecen suficientemente sólidos. La macroeconomía, que se arguye para dar ánimos, no encaja con la realidad microeconómica de miles de personas y familias. Nos enfrentamos, pues, a un futuro con débiles crecimientos, incapaces de generar la actividad económica necesaria para absorber una parte de la enorme bolsa de parados. Al tiempo, se precariza el mercado laboral con el objetivo de aumentar una competitividad que sólo se recupera por una bajada de los salarios. Esto redundará en una contracción de la demanda. Los datos sociales disponibles (sanitarios, educativos, de dependencia, de coberturas sociales, etc.) aseveran que estamos instalados en la crudeza de la crisis, que no se aviene con las magnitudes que emanan de los gabinetes ministeriales o de los centros de análisis económico. Estar asentados en ese fondo se debe a unas concepciones básicas del pensamiento conservador:
10- La confirmación de la austeridad. Se considera ésta la única vía plausible para salir de la crisis. El triunfo de Merkel en Alemania rubrica esa consolidación, aplaudida por los gobiernos conservadores del sur de Europa –España, Portugal–, principales afectados por las líneas presupuestarias de la canciller germánica y el BCE. No esperemos, pues, ni mayores coordinaciones económicas ni instrumentos distintos para hacer frente a las crisis de deuda de la periferia de la Unión Europea: no habrá ni eurobonos, ni unión bancaria. Que cada palo aguante su vela, en el vendaval de la austeridad. Sólo un gran cambio político en Bruselas y Estrasburgo podría reorientar esta situación
11- La ruptura con la gobernanza. La tesis de la democracia de mercado y de las políticas de austeridad como herramientas conduce a un escenario de fisura del consenso social: gobernar sin escuchar el disenso y criminalizar las posibles respuestas de éste último. Así, se consideran obsoletos el sindicalismo, la reivindicación, la protesta, incluso la negociación. Sólo el mercado y la austeridad capacitan para salir de la crisis. De nada sirven los casos de Historia Económica bien conocidos, que van en la dirección opuesta. La ideología acrítica y sorda se erige en el piloto automático que, se presume, conducirá, con gran fe, a la recuperación. Ante esto, se nos dice que nada volverá a ser como antes, de forma que se presume que estamos ante una crisis que es más sistémica que parcial. Lo mismo se escuchaba tras el hundimiento del patrón-oro. La etapa de fuerte crecimiento económico, avance industrial y urbanización, todo ello a partir de una cierta estabilidad económica, cedió paso a un estado catatónico, paralizante, tras el fin de la Primera Guerra Mundial. El desasosiego regía el mundo de la intelectualidad europea más ilustrada, mejor informada. Pero esa destrucción de valores, ese extremismo sin treguas, acabó transitando hacia escenarios de recuperación y calma. Una estabilidad condicionada, sin duda. Ahora, se oyen voces que recuerdan aquellos mensajes de una derrota efectiva: todo va a ser diferente, ya nada será igual: resignémonos. Se han perdido en este breve camino dominado por el “austericidio”múltiples derechos que, se nos remacha, no van a regresar. Todo por los mercados. No hagamos caso: va a depender de nuestra actitud, de un comportamiento colectivo que suma individualidades enojadas y, cabe decirlo, opciones electorales. La liquidación del Estado de Bienestar no es irreversible. Nos lo enseña Zygmund Bauman: esta modernidad debe rehacer de nuevo todo aquello que antaño era más firme, más robusto, más sólido (Bauman 2014). Como la solidaridad, la acción conjunta, un nuevo discurso que huya del conformismo autodestructivo y que encare con decisión y propuestas plausibles el reto del neoliberalismo económico y social, esta austeridad mal entendida que lamina conquistas sociales históricas.
Hablamos del hoy, no del mañana. No se pueden prometer soluciones en un futuro incierto a costa de generar miseria en el presente, con reducción de servicios sociales, recortes de salarios y prestaciones y desmantelamiento del Estado del Bienestar. Debería dejarse a un lado la jerga hueca y pensar en resolver el sufrimiento de la gente no en un futuro deseado, sino en un presente tangible. Ése y no otro debería ser el gran objetivo de la economía.
Veamos algunos factores de carácter macroeconómico:
12. Desde la perspectiva de la deuda, Europa está fragmentada. Tenemos los países acreedores (con Alemania a la cabeza) y los deudores (con España como ejemplo). No existe simetría en las actuaciones de ambos grupos de naciones: las acreedoras exigen, pero no hacen nada; las deudoras se mueven sin remedio hacia la austeridad, en una senda de poco crecimiento que dificulta la reducción de su deuda en relación al PIB.
13. La consecuencia de lo anterior es una respuesta desigual. Alemania no se ajusta con expansión, para generar más demanda interna –y, por tanto, elevar sus precios–, por lo que la periferia europea se encuadra en más austeridad para ser competitiva, de forma que contrae su demanda. En ambos casos, los precios caen. Ante esto, la economía alemana presenta condiciones de desarrollo potencial de su demanda interior:
1.- La tasa de paro se ha reducido, hecho que podría comportar subidas salariales y, por consiguiente, una mayor capacidad de renta.
2.- Las cuentas públicas están equilibradas y el crédito es ágil y barato. El modelo germánico está orientado al ahorro y al sector exterior: esto ha proporcionado los resultados que conocemos de un mayor crecimiento económico. El superávit acaba por ser una de las señas de identidad de la economía teutona, lo que impulsa la apreciación del euro que es, a su vez, una causa más de la deflación
14- Se dibuja una eurozona dividida. No es posible mantener mucho tiempo estos ajustes férreos en el sur, sin respuestas razonables en el norte. En el sur se recorta, se desmantela, se devalúa salarialmente, todo para alcanzar el nivel de déficit exigido. En el sur se demanda que el BCE baje los tipos hasta el cero, utilice más políticas monetarias expansivas (parecidas a las Quantitative Easing de la Reserva Federal y del Banco de Japón), controle y revise los enormes depósitos de capital de la banca comercial que están inactivos en el propio seno del BCE –con la finalidad de proporcionar más crédito–, y que los precios crezcan para paliar los efectos de la deuda. En el norte se mantiene una política económica que descansa sobre las exportaciones y el ahorro más que sobre la inversión, de manera que interesan tipos de interés altos –que remuneren ese ahorro– y una inflación baja –que favorezcan las exportaciones–.
15- El tamaño medio de las entidades se ha duplicado –e incluso incrementado más– con las fusiones realizadas en el sistema bancario. Ahora hay más bancos que podemos calificar como sistémicos (tanto en Europa como en Estados Unidos): los que generan problemas globales al conjunto de la economía si caen. Al mismo tiempo, se otean posiciones claramente oligopólicas con esos procesos de concentración del capital financiero, lo cual podría quitar competencia a los mercados.
16- La deflación ha aparecido, por tanto, en escenarios de fuerte reducción de la demanda, de aumento del paro y de severidad presupuestaria. Este dolor es necesario para el mainstream:[1]ese es el recetario que emana de Europa y que va a suponer más ajustes draconianos hasta el 2016, para alcanzar el 2,6% sobre déficit, que es el objetivo marcado por las instituciones económicas. Véase
17- Políticas diferentes se están aplicando en Estados Unidos y Japón, con visiones dispares en relación a sus resultados. El presidente de la Reserva Federal ha explicado (Bernanke 2014), con profusión gráfica y argumental, los pasos ejecutados, hasta culminar un experimento monetario inédito: la inyección de enormes cantidades de dinero a la economía, un proceso que, como se señalaba antes, ha seguido Japón. La decisión ha provocado elogios –toda vez que puso diques de contención a una depresión severa–, pero al mismo tiempo se advierten peligros: desde previsibles procesos inflacionarios en el futuro hasta guerras de divisas en ciernes (Tepper-Mauldin 2014). La generación de más inflación no se ve mal por parte de sus promotores: posibilita consumir la deuda pública. Además, el bombeo de miles de millones de dólares cada mes por parte de la Reserva Federal ha permitido crear puestos de trabajo, del orden de unos 150.000 cada treinta días. Nada que ver con la parálisis observada en Europa; o en los ejemplos históricos reconocidos, que pueden ser contrastables (Marichal 2010; Reinhart-Rogoff 2010). Frente a esto, Jonathan Tepper y John Mauldin explican un particular “código rojo” a aplicar a las políticas anti-cíclicas, desplegadas por la Reserva Federal: la creación de dinero asegura la vida a bancos y empresas zombis, a la vez que incentiva la inversión en activos de alto riesgo. En paralelo, se va a estimular que los países quieran usar sus tipos de cambio para obtener mejores resultados de exportación, de forma que es previsible que se rearmen las políticas más proteccionistas (Tepper-Mauldin 2014).
18- Los cálculos provenientes de casos de Historia Económica permiten aseverar tres factores que, aunque puedan parecer obvios, se acaban por ignorar en determinadas políticas económicas.
Primero: el crecimiento económico reduce el paro.
Segundo: un nivel de inflación no es perjudicial para la economía: el avance del PIB estimula la demanda y ésta, a su vez, impacta sobre la evolución de los precios.
Tercero: la inflación –y no la deflación, que en estos momentos es una amenaza latente de los planes férreos de austeridad– contribuye a corregir la desocupación.
Los tres asertos tienen interdependencias, como hemos podido comprobar con los coeficientes de correlación y con las regresiones. Su análisis más profundo desde la política económica puede, sin duda, aportar vías de actuación diferentes a las ya impulsadas, que se están revelando poco efectivas para salir de forma solvente de la Gran Recesión.
III- Hacia una alternativa explicativa: la crisis desde la caída del beneficio
Los epígrafes anteriores permiten concluir lo siguiente, teniendo en cuenta que afecta de manera esencial a la economía de Estados Unidos:
19- Se pretende explicar el comportamiento de las condiciones de distribución y producción de una economía. Desde esta concepción, las condiciones de distribución se hacen depender de la participación de los excedentes empresariales en la renta nacional (q), mientras que las condiciones de producción se vinculan a la tasa de beneficios (r), y el nexo que une las condiciones de distribución y producción es el progreso técnico medido a través de la productividad del capital (πk), siendo (r) = (q)*(πk). Es una fórmula relativamente sencilla para aproximarnos a la tasa de ganancia.
20- Una vez establecida una periodicidad que define los cambios del régimen de acumulación a partir de (q), se observa que a lo largo del período 1945-1968, en el que predomina la Regulación Keynesiana, (r) mantiene unos niveles elevados que, con la crisis de los años 1970, caen a la mitad de los valores vigentes en 1968. A partir de 1980, con el establecimiento de la Regulación Neoliberal, se produce la estabilización de la tasa de beneficios (r), que se sostiene por una recuperación de la participación de las rentas del capital o excedentes brutos de explotación en la renta nacional (q). Por tanto, por un proceso creciente en la desigualdad en la distribución de la renta, mientras la productividad del capital (o el grado de eficiencia técnica con la que se utilizan los equipos productivos) sigue una persistente y lenta caída en sus magnitudes, que se inicia ya desde mediados de los años sesenta del siglo pasado.
21- Esto permite inferir una reactivación de la Ley de Rendimientos Decrecientes del capital productivo, que la fase neoliberal no ha conseguido revertir. En contraposición al estancamiento de la rentabilidad de la economía productiva, en la fase neoliberal se ha dado un auténtico crecimiento exponencial en las ganancias del capital financiero, que justamente alcanza en esta etapa cotas nunca antes vistas en términos de beneficios extraordinarios, muy por encima de los rendimientos normales alcanzados en la Regulación Keynesiana.
22- En las crisis hay destrucción de capital, tanto en términos físicos como de valor. Los salarios también se reducen como consecuencia del desempleo. Esto ha de contribuir a que aumente la tasa de ganancia. Y ello lleva a una nueva fase de expansión del capital. La finalidad de la producción capitalista es valorizar el capital. Cuando se llega a un punto en el que el capital incrementado sólo produce la misma masa o menor de plusvalía de la que producía el original, estamos ante una sobreproducción de capital y la antesala de una caída de beneficios. En la crisis, parte del capital se halla total o parcialmente inactivo, y otra parte se valoriza a una rentabilidad más baja. Se aprecia entonces una pugna en el mismo capital: la aniquilación de una parte del capital sobre-producido, para que el triunfante persevere en su proceso de acumulación. Se busca aumentar la tasa de plusvalía en forma de despidos, eliminación de horas extraordinarias, reducción salarial, mayor auto-explotación.
23- Relacionado con lo expuesto en el punto anterior: en todas las crisis se da una caída de la inversión, precedida por la disminución de las ganancias empresariales. En tal sentido, la rentabilidad de las empresas es la variable que determina el volumen de inversión, de manera que prefigura una fase de auge o de contracción. A partir de aquí, los procesos son dos, como decía: liquidar capital y reducir los salarios. Ambos contribuyen a que se recupere la tasa de ganancia y se movilice el dinero hacia la inversión productiva
24- La evolución de la desigualdad observada en el largo plazo se correlaciona con el cálculo de la tasa de beneficio, la productividad del capital y la cuota de excedente. Dicho de otra forma: se perfila que la pérdida de beneficios antecede al desencadenamiento de las crisis, si bien no se dibuja una tendencia de largo recorrido en esa caída, toda vez que su porcentaje se mantiene estable tras el desplome que se detecta a partir de la segunda mitad de la década de 1960. Sin embargo, resulta importante incorporar este aspecto en las explicaciones más convencionales de las crisis –y también de la Gran Recesión–, toda vez que se manifiesta una constante histórica que, con las discrepancias que se quieran, sobre todo en la fijación de una cronología, enriquece el análisis económico y lo coloca en la esfera productiva.
25- En efecto, la perspectiva de observar la tasa de beneficio como factor clave en la explicación de las crisis ubica la economía, como disciplina, en otras coordenadas de investigación y análisis, en la necesidad de pensar, en suma, qué estructuras productivas pueden haberse “bloqueado” –en el sentido de resultar dificultosas para reemprender la formación bruta de capital– desde los años 1970, al tiempo de considerar otros escenarios para los cambios en la producción, que pueden relacionarse tanto con la consolidación de nuevas tecnologías, como con la aplicación intensiva de la fuerza de trabajo en determinados procesos (economías de servicios, y diversificación de los sectores terciarios). Es, por tanto, una vía de investigación que debiera estimularse, en paralelo a los estudios y análisis que se desarrollan sobre la esfera más financiera de la economía, para explicar de manera solvente los factores desencadenantes de la Gran Recesión.
BIBLIOGRAFÍA CITADA
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Carles Manera | Catedrático de economía de la UIB y miembro de Economistas Frente a la Crisis