Las paradojas de la globalización

por Jesús E. Mazzei Alfonzo – Si bien, la globalización tiene, entre otras, muchas características, desearía recalcar dos de ellas, por una parte, su alcance, es decir la extensión del proceso y la intensidad de los fenómenos que le son propios. Es decir en el alcance y la profundidad que producen sus efectos en los distintos niveles de los procesos sociales y en los cambios operados en los sistemas políticos de los Estados nacionales que forman la estructura internacional. Ambos procesos en una resignificación de la aceleración del tiempo de la modernidad. En la globalización, la simultaneidad es esencialmente la modalidad temporal dominante. Hay un proceso sincrónico.

En efecto, la globalización es polifacética, multiforme, modifica estructuras económicas, afecta procesos sociales, promueve nuevas tecnologías, replantea figuras y categorías políticas, y especialmente impacta y afecta nuestras vidas de distinto modo, positiva y negativamente, dependiendo de la economía, ubicación geográfica, recursos, tecnología, educación e infraestructura.

En ese sentido, el marco conceptual y analítico que ofrece el profesor de Economía Política de Harvard, Dani Rodrik, en su último libro La paradoja de la globalización, ofrece algunas respuestas a los dilemas o paradojas de esta dinámica. Nos centraremos en tres de ellas. Rodrik habla del «trilema político de la economía mundial» entre el Estado nación, la democracia y la hiperglobalización. Según su análisis solamente dos de las tres premisas son compatibles al mismo tiempo. Es decir, (1) la democracia se debilita en el marco del Estado nación si éste está integrado profundamente en la economía internacional; (2) la democracia y el Estado nación son compatibles solamente si retrocede la globalización; (3) la democracia puede convivir con la globalización si se articulan fórmulas de gobernanza transnacional y se debilita el Estado nación.

En primer lugar, la hiperglobalización y el Estado nación funcionarían bien en un mundo friedmaniano en el que los únicos servicios que proveen los gobiernos son aquellos que garantizan el buen funcionamiento de los mercados es decir su marco regulatorio. En este mundo, según Rodrik, «el objetivo de los gobiernos es ganar la confianza de los mercados para poder atraer comercio y entradas de capital: austeridad, gobiernos pequeños, mercados laborales flexibles, desregulación, privatización y apertura comercial».

Citando a Rodrik «Consideremos todo lo que se necesita. Los mercados modernos precisan una infraestructura de transporte, logística y comunicación, que en gran parte es el resultado de inversiones públicas. Necesitan sistemas de cumplimiento de contratos y protección de los derechos de propiedad. Precisan regulaciones que aseguren que los consumidores tomen decisiones informadas, que las externalidades se internalicen y que no se abuse del poder del mercado. Necesitan bancos centrales e instituciones fiscales para evitar el pánico financiero y los ciclos comerciales moderados. Precisan protecciones sociales y redes de seguridad para legitimar los resultados distributivos». Es decir instituciones que le provean de gobernabilidad.

Sigamos con el marco establecido por Rodrik: la segunda opción consiste en limitar la globalización para fortalecer la democracia y la soberanía nacional. El autor propone un replanteamiento de los acuerdos comerciales y una regulación más rigurosa de los movimientos de capital para permitir la expansión del espacio democrático a nivel nacional que priorice los objetivos sociales y económicos nacionales sobre los de las empresas y grandes bancos transnacionales. Por lo tanto, se podría fijar una tasa a las transacciones financieras, como lo propuso Joseph Tobin hace más de 25 años.

En tercer lugar, para cerrar el trilema, existe la posibilidad de ir sacrificando paulatinamente el Estado nación y construir redes sólidas de democracia transnacional que sean compatibles en escala, espacio y poder con la globalización. Es por esta vía por la que Europa, dada su experiencia en la construcción de un proyecto supranacional, podría superar los desafíos del trilema. Solamente a través de una Europa federal, política y económica, los europeos podremos continuar integrándonos en la economía global, preservando nuestra democracia. Es decir lograr una gobernanza total no sólo Europea sino global. Es eso posible, no lo sabemos pareciera que el mundo desea caminar hacia ese rumbo, es caminar en la modelación y en la mayor interacción de ese proceso.

Sin embargo, siguiendo a Rodrik «El Estado nacional vive, si no del todo bien, y sigue siendo esencialmente la mejor alternativa. La búsqueda de gobernancia global es algo absurdo. Es improbable que los gobiernos nacionales cedan un control significativo a instituciones trasnacionales, y las reglas armonizadoras no beneficiarían a sociedades con necesidades y preferencias diversas. La Unión Europea puede ser la única excepción para este axioma, aunque su crisis actual tiende a demostrar que es así».

Creo que se debe ir es a la gobernabilidad, de este fenómeno y tendencia histórica, para que pueda ser un proceso inclusivo, dentro del cual todos podamos sacar beneficios y tener una globalización más equitativa y solidaria esta es la ruta a seguir. Estos son alguna de las paradojas, es lo que la hace un asunto interesante para el análisis y comprensión y estudio contemporáneo.

Finalmente, como dice Rodrik «Deberíamos esforzarnos por alcanzar una máxima globalización que sea coherente con un espacio para la diversidad en los acuerdos institucionales nacionales».

 

Publicado originalmente en El Universal (Caracas), 15 marzo 2012.