por Eduardo Gudynas – Los intentos de construir la integración regional entre los países de América del Sur ofrecen imágenes contradictorias. Por un lado, se anuncia el “relanzamiento” del Mercosur y se celebra la creación de una “unión” de naciones sudamericanas. Por otro lado, se advierte sobre el colapso del Mercosur y el desmembramiento de la Comunidad Andina de Naciones. Unos celebran los cuidadosos pasos del presidente brasileño Lula da Silva, mientras que otros lo consideran muy tímido; algunos celebran las ideas de Hugo Chávez, mientras que unos cuantos las critican. Todas estas imágenes encierran algunas verdades y varias exageraciones, dejando en claro las contradicciones que enfrentamos. Y todas tienen una consecuencia en el capítulo energético.
Sopa de letras
Los acontecimientos de los últimos meses ilustran esta diversidad de circunstancias. Las siglas de los acuerdos comerciales se suman en una verdadera sopa de letras. Recordemos que los dos principales bloques sudamericanos son la Comunidad Andina de Naciones (CAN) y el Mercosur. La primera integra a Colombia, Bolivia, Ecuador y Perú; Venezuela la abandonó en 2006, mientras que poco después Chile comenzó su proceso de reingreso. El Mercosur incluye como socios plenos a Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, y más recientemente se sumó Venezuela. Los dos bloques están inmersos en diversos problemas. Entre los andinos, hay dos socios que en lugar de fortalecer sus relaciones con sus vecinos están más interesados en concretar un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos. Las crisis recurrentes del Mercosur son mucho mejor conocidas en Uruguay, y en general expresan las asimetrías entre los miembros, y la incapacidad para lograr estrategias comunes apoyadas en normas vinculantes supranacionales. A su vez, los dos bloques están tejiendo una maraña de acuerdos. El Mercosur ha aceptado como miembros asociados a Chile, Bolivia y Perú, y luego firmó un acuerdo de complementación económica con toda la CAN.
Las relaciones cada vez más intensas entre las naciones del Atlántico y las andinas explican los intentos en lograr un acuerdo sudamericano. En los últimos meses ha cobrado notoriedad la puesta en escena de la Unasur (Unión de Naciones de Suramérica), acordada en la cumbre presidencial sobre energía celebrada en Venezuela el pasado abril. En realidad, la Unasur es el nuevo nombre que debería reemplazar a la Comunidad Sudamericana de Naciones (CSN), concebida en el encuentro presidencial de Cuzco, a fines de 2004. A su vez, la CSN es una redefinición de la iniciativa de libre comercio sudamericana lanzada por Brasil en otra cumbre presidencial (Brasilia, 2000). Queda así en evidencia que el proyecto de integración sudamericano ha sido lanzado y relanzado, con distintos nombres, en tres ocasiones en los últimos siete años, a lo largo de seis cumbres presidenciales.
Más allá de los nombres, el núcleo central de estos intentos reside en la liberalización del comercio entre las naciones, bajo la forma de acuerdos de libre comercio, permitiendo algunas medidas de protección y amortiguación, y con un fuerte énfasis en emprendimientos comunes en infraestructura (carreteras, comunicación y energía).
En paralelo, el presidente venezolano, Hugo Chávez, lanzó la idea de la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA) como un camino distinto para lograr la integración. En el ALBA están participando Cuba, Venezuela, Bolivia y Nicaragua. Su primer paso concreto fueron los Tratados de Comercio entre los Pueblos (TCP) que serían las alternativas a los muy criticados Tratados de Libre Comercio (TLC). Por ahora con convenios de comercio privilegiado, asistencias financieras y programas de cooperación. En la reciente cumbre presidencial del ALBA, celebrada también en Venezuela, se acordó un programa que amplió todavía más la agenda de acción. Pero hay que advertir que Venezuela está intentando innovar, con ideas tales como los proyectos mixtos que vinculan empresas estatales entre sí o permiten emprendimientos conjuntos en extracción de hidrocarburos en su propio territorio. En ese camino, Venezuela está utilizando sus reservas petroleras y gasíferas para impulsar cierto tipo de integración.
Corredores y ejes
En la sopa de siglas de la integración quedan en evidencia varios núcleos centrales. La mayor parte de los países concibe la integración con sus vecinos como un complemento y una preparación para insertarse en la economía global (los casos más evidentes son Chile, Perú y Colombia). Para prácticamente todos ellos la integración continental debe basarse en una liberalización amplia del comercio; en otras palabras, algo así como un gran tratado de libre comercio sudamericano, y desde allí saltar al resto del globo.
Estos aspectos comerciales necesariamente se deben complementar con el tendido de y energía presentada como la Iniciativa en Infraestructura Regional Suramericana, IIRSA. Ese énfasis aparece una y otra vez en esta sopa de letras. Las carreteras son necesarias primero para llevar insumos a regiones remotas, y luego para poder extraer minerales, cosechas y otros productos. Justamente en ese momento aparece una particularidad sudamericana: la mayor parte de las exportaciones se dirigen a destinos en otros continentes. Por lo tanto, la llamada “integración física”, antes que una “integración” para articular la producción, promueve “interconexiones” carreteras para poder alcanzar los puertos desde donde parten los navíos hacia Norteamérica, Europa o Asia. En el caso de la energía también hay interconexiones, tales como gasoductos, oleoductos y tendidos de alta tensión, antes que una estrategia energética común. Muchas de esas conexiones alimentan con energía la extracción y el procesamiento de recursos que son rápidamente exportados.
Esto quizá se deba a una limitación persistente: el comercio entre los países de América del Sur sigue siendo modesto. Por ejemplo, las exportaciones dentro de la CAN están en el orden del 9% de las exportaciones totales de los miembros, mientras que en el Mercosur las exportaciones intrabloque están en el orden del 13% (cifras consolidadas para 2005). El grueso de las exportaciones se realiza hacia otros destinos, como pueden ser China, Estados Unidos o Alemania. Esto muchas veces no es evidente en Uruguay, ya que nuestro país tiene un alto nivel de comercio dentro del Mercosur.
Nos encontramos así con una marcha de la integración que tiene muchas dificultades para fomentar el intercambio mutuo y en cambio avanza a lo largo de corredores de carreteras que alientan todavía más el comercio hacia otras regiones. Los actuales proyectos de interconexión física, antes que coordinar las zonas sudamericanas entre sí, están ordenados como ejes de transporte para llegar a los puertos en el océano Pacífico y en el Atlántico. Brasil en particular los fomenta, en tanto los necesita para poder extraer la producción de las zonas centrales de su territorio y alcanzar los puertos oceánicos peruanos de manera de abaratar los fletes de sus embarques hacia China.
Quiero y no quiero
Todos invocan la importancia de la integración, pero de todos modos se repiten los contratiempos y las disputas. Queremos estar unidos pero a la vez nos resistimos a dar los pasos necesarios. En ese camino es indispensable abordar la articulación de procesos productivos entre distintos países. Por ejemplo, que un automóvil fabricado en Brasil incluya cajas de cambio uruguayas y radiadores bolivianos. Es también urgente coordinar las estrategias productivas; ¿tiene algún sentido que las naciones del Cono Sur compitan entre sí para vender soja a China, o que el gas argentino se gaste en Chile para extraer el cobre que se va a exportar fuera de la región? En más de una ocasión estos esfuerzos conjuntos naufragan invocando un concepto convencional de soberanía, que sigue siendo necesario revisar para poder generar estrategias de desarrollo compartidas a nivel regional.
Publicado en el suplemento Energía Nº 7, La Diaria (Montevideo), 25 de mayo de 2007.
E. Gudynas es analista de información en CLAES D3E.