por José da Cruz – La gente de cierta edad suele decir que en su niñez los alimentos sabían diferente, eran más sabrosos, el tomate tenía gusto a tomate y no a polipropileno, la naranja olía a naranja y no a Agente Naranja, los huevos tenían gusto a ídem y no a harinas de pescado…
Contra esa apreciación se argumenta que los viejos son así, que todo lo de antaño les parece mejor, que con la edad van perdiendo las papilas gustativas pues la lengua, como cualquier trozo de piel, envejece y se debilita. Todos los sentidos, gusto, olfato, tacto, oído, van disminuyendo poco a poco mientras el cuerpo se prepara para entrar en el Gran Silencio.
Ah, esos viejos jorobones… Que aprendan a gozar de lo de hoy, mucho mejor, más científico, mejorado genéticamente, ya empacado con toda higiene, listo para el microondas o en envase de vacío a prueba de rayos cósmicos. Se acabó aquello de desplumar un pollo y llenar la cocina de plumas y vapores grasientos: ¡corte la bolsa, destape el tarro, abra la lata, descongele el sachet!
Pero después vienen unos aguafiestas, como un grupo de investigadores de la Universidad de Texas en Austin, y se ponen a comparar. ¿Qué se les ocurrió? Se les ocurrió investigar si el contenido alimenticio de 43 frutas y verduras comunes había cambiado a lo largo de 50 años, entre 1950 y 1999. Tomaron los análisis registrados sobre 13 substancias, y llegaron a la conclusión, estadísticamente segura, de que por lo menos seis de esas substancias aparecían en menor cantidad: menos proteínas, menos calcio, menos fósforo, menos hierro, menos riboflavina y menos vitamina C. La riboflavina, o vitamina B, había disminuido en 38 por ciento; las otras substancias, entre 6 y 16 por ciento. Esto apareció en la revista Journal of the American College of Nutrition, y lo refieren mis amigos de ETC Magazine.
Ah, dirá alguno, seguro que hay estadísticas con resultados contrarios. No lo sé. Lo que sí sé es que la revista inglesa Nutrition and Health publicó otra comparación como la de los tejanos. Los ingleses analizaron los cambios en 40 frutas y verduras entre 1940 y 2002, y concluyeron que el calcio había disminuido 46 por ciento en las verduras y 16 por ciento en las frutas, mientras el magnesio había caído respectivamente en 24 y 16 por ciento.
Claro, las cáscaras son cada vez más duras y coloridas, el tamaño más parejo, la forma mejor adaptada a cajas, cajones y contenedores, frutas y verduras se arrancan verdes, maduran a cachetazos, resisten el frío, el calor, las plagas y brillan enceradas bajo los tubos fluorescentes de los supermercados. Ahora, si uno pretende comerlas, bueno, no es que parezcan peores que las de antes: son decididamente peores.
J. da Cruz es analista de información en D3E (Desarrollo, Economía, Ecología y Equidad América Latina).