Chile: Contradicciones de un modelo “modelo”

por Paola Visca – La firma reciente de un TLC con China consolida a Chile como una de las economías más abiertas del mundo. La apertura ha sido una estrategia fundamental del país durante las últimas décadas, y Chile ha mostrado en muchos de esos años elevadas tasas de crecimiento. Sin embargo, es interesante analizar si esto es suficiente para convertirlo en un modelo a seguir.

La economía chilena es una de las más abiertas del mundo. Y esta característica se ha puesto una vez más sobre la mesa cuando a fines de agosto Chile firmara un nuevo TLC, de notoria relevancia. El último socio es nada menos que China, y al dar este paso Chile se ha convertido en el primer país de occidente en firmar un Tratado de Libre Comercio (TLC) con el país asiático, que este año se ha convertido en la cuarta potencia mundial detrás de EE.UU., Alemania y Japón. Si bien la apertura comercial es un factor que en los últimos decenios ha caracterizado a la economía chilena, en este momento el ritmo al que el país andino celebra tratados comerciales es realmente vertiginoso.

Pero el acuerdo firmado con Beijing no es importante solo porque se trata de un país que ha crecido a tasas de alrededor del 10% anual durante la última década o porque tiene un mercado potencial de 1.300 millones de habitantes: es importante porque revela la persistencia del país andino en la creencia en la apertura comercial de su economía como su estrategia de largo plazo que conduce al desarrollo. En ese sentido, Chile ha firmado una seguidilla de acuerdos comerciales con países de las regiones más variadas del globo: EE.UU., Canadá, la Unión Europea, países del sudeste asiático, entre otros, además de los más cercanos socios regionales. Esto convierte a Chile en un país que tiene acuerdos comerciales con más de la mitad de la población del planeta; actualmente, luego de haber firmado el tratado con China se encuentra negociando con India (otro país que ha mostrado gran dinamismo en los últimos años), Vietnam y Japón.

La apabullante apertura de la economía chilena data al menos de varias décadas. El país se ha preocupado de entablar relaciones comerciales con distintas naciones, no importando necesariamente la posición geográfica del potencial socio. Sin embargo, es lógico pensar que la mayor “afinidad” de Chile con los países asiáticos puede tener que ver con su ubicación en el continente americano. Chile es un país pequeño pero con muchos kilómetros de costa en el Pacífico y a la vez, separado del resto del continente por la monumental cordillera de los Andes al este y por el desierto al norte. Esto que podría considerarse una condición de relativo “aislamiento” regional, puede haber jugado al mismo tiempo a favor de la apertura hacia otras regiones, especialmente Asia. Sin ir más lejos, los vínculos entre Chile y China se remontan a 1970, cuando ambos países establecieron relaciones diplomáticas en un momento en que imperaba la política internacional de bloques. Chile continuó manteniendo relaciones con el país asiático aún luego del golpe de Estado, dada la importancia de esa alianza.

Actualmente los lazos de Chile con China son tan fuertes que el país más poblado del mundo se ha convertido en el segundo socio comercial del latinoamericano, luego de los EE.UU. En 2005 el comercio bilateral entre ambas naciones fue notoriamente prolífico: el país latinoamericano importó de China poco más de 2.500 millones de dólares, mientras exportó la suma de 4.500 millones, logrando un saldo comercial con el país asiático altamente positivo.

Chile contó históricamente con sucesivos gobiernos que fueron fervientes partidarios de la apertura y liberalización. Transitó en los ochenta y noventa por un proceso de apertura unilateral, reduciendo aranceles y barreras al comercio. Esto fue acompañado de las típicas recetas del Consenso de Washington (privatizaciones, desregulación, flexibilización) que, al igual que en el resto de América Latina, tuvieron serios efectos adversos especialmente en el ámbito social. En la década de 1990 la economía mostraba gran dinamismo, sin embargo, no solo no mejoró la distribución del ingreso (en 1998 el decil más pobre de la población se apropiaba del 1,2% de los ingresos, al igual que en 1987), sino que la capacidad de ese crecimiento para generar nuevos empleos era muy limitada, al tiempo que se observó aumento del peso relativo de los empleos precarios.
La apertura y “buenas” tasas de crecimiento no significaron entonces mejoras en las condiciones de vida de la población. Si bien a Chile se le reconocen similitudes respecto a los países europeos, todavía hay mucho para hacer en el terreno de la equidad. El año pasado este país fue elegido por el Foro Económico Mundial como el más competitivo de América Latina y el Caribe, y allí se subrayaban las virtudes de sus políticas macroeconómicas y la política fiscal. Este tipo de índices, medido por nivel tecnológico, calidad de las instituciones públicas y las condiciones macroeconómicas entre varios factores, no toma en cuenta otros aspectos claves del desarrollo como indicadores de pobreza, educación, acceso a la seguridad social, a la salud o la propia distribución de la riqueza.

Si bien la pobreza era en 2003 del 18,7%, a inicios de los años de 1970 era de 19%, y en las décadas de los años 80 y 90 alcanzó cifras alarmantes, como de 45% en 1987 y de 32,6% en 1992. Esto refleja que durante esas décadas del siglo pasado, la pobreza aumentó notoriamente, lejos de disminuir como los esquemas implantados auguraban. La distribución del ingreso sigue siendo inequitativa, no solo respecto a países desarrollados, sino incluso respecto a otros países de América Latina que no son presentados como “modelos a seguir” ni gozan de competitividad tan elevada en cuanto instituciones o política macroeconómica. Por ejemplo, países de menor competitividad que Chile, como Uruguay, México o Argentina tienen mejores indicadores de equidad. Según datos de CEPAL, en 2003 el 40% más pobre de la población chilena obtenía poco más del 13% de los ingresos, mientras que en Uruguay en 2002, ese 40% de la población se quedaba con más del 21%. El 40% de más bajos ingresos en México se apropiaba del más del 15% de los ingresos en 2004 y Argentina registraba en ese mismo año un 16% de los ingresos para aquel 40% más pobre de la población.

Otra diferencia de peso respecto a los países europeos es que la economía chilena es bajamente industrializada; esto se traduce en que sus exportaciones son en su mayoría del sector primario (principalmente minería, forestal y agrícola ). Según el Banco Central de dicho país, en 2005 los productos alimenticios, materiales crudos, aceites, grasas y metales no ferrosos constituyen casi el 85% de las exportaciones chilenas. Por lo tanto la economía termina dependiendo (al igual que en el resto del continente) de los precios internacionales de los productos exportados, tal como sucede en casi todos los demás países de América Latina; en el caso de Chile se acentúa por la alta proporción del cobre en sus exportaciones. En los últimos años dicho precio se mantuvo en buenos niveles, lo que permitió al país gozar de saludables indicadores económicos. Esto deja planteada la incertidumbre sobre hasta qué punto la performance de la economía chilena no se debe a esta bonanza en la demanda y en los precios del cobre. Es inevitable preguntarse que pasará cuando el precio del mineral disminuya o simplemente se agoten las reservas.

Los productos chilenos entraran al gigante asiático en un 92% con arancel cero, mientras 50% de los chinos entrarán a Chile en la misma condición. Los chilenos esperan que el tratado firmado con China les reporte fuertes inversiones principalmente en sectores como el minero, energético y agricultura, consolidando el perfil primario exportador del país andino. Pero además la composición del comercio bilateral es muy distinta. Si observamos los principales artículos incluidos en la lista de bienes con destino a China encontramos cobre, hierro, vino, frutas, salmón, además de productos forestales, celulosa, agrícolas y ganaderos entre otros. La mayoría de estos productos ya eran exportados al país asiático y sus cantidades se verán incrementadas a partir de la entrada en vigencia del acuerdo. Como puede apreciarse el valor agregado en estos productos es muy bajo. Pero lo opuesto sucede con la nómina de los productos que los chilenos compran a China: artículos electrónicos, maquinarias y automóviles encabezan la lista.

Mientras el gobierno argumenta sobre los beneficios de la firma del tratado, sosteniendo entre otras cosas que Chile se convertirá en puerta de entrada para las inversiones asiáticas en toda América Latina, no todos lo ven con ojos tan positivos para las naciones vecinas. Algunos analistas dicen que el acuerdo perjudicará por ejemplo a Argentina y Brasil, quienes actualmente colocan ciertos artículos industriales en el país y quedarán desplazados ante la competencia china de menores costos.

El TLC con China entra en vigencia en octubre de 2006, en una coyuntura donde recientes informes alertan sobre el desaceleramiento de la economía chilena. Algunos afirman que el agotamiento de ciertos sectores productivos están generando dicho enlentecimiento mientras otros culpan a la baja en la inversión como el principal problema. El senador socialista Carlos Ominami sostuvo recientemente que hay problemas microeconómicos en la educación, la innovación y el agotamiento de ciertos sectores productivos que están «generando este crecimiento más bajo que el crecimiento potencial de la economía chilena». Mientras una senadora de la oposición, Evelyn Matthei enfatizó que la inversión entre marzo y junio de este año fue de 2,8%, lejos del 26,5% de igual período del 2005.

Habrá que esperar para ver si ese enlentecimiento de la economía es solo coyuntural y se recupera rápidamente con la inversión que se espera, o si tiene detrás causas más profundas que no se solucionan solo con mayor apertura.


P. Visca es analista en temas económicos en CLAES D3E. Publicado en el semanario Peripecias Nº 18 el 11 de octubre 2006.