Polanyi y la creación del mercado

por Gonzalo Gutiérrez Nicola – Aunque pueda sorprender a muchos, existen estrechas relaciones entre las concepciones del mercado y nuestra actual visión de la Naturaleza. Además, esas vinculaciones tienen una larga historia por detrás. En diferentes culturas, y a lo largo de la historia, el trabajo y la tierra han estado estrechamente ligados. El trabajo, en tanto parte de la vida humana por un lado, y la tierra, en tanto parte de la Naturaleza por el otro, han configurado un conjunto articulado que encontraba su expresión en las instituciones tradicionales de la sociedad: la familia, la tribu, el templo, entre otras.

Un detallado examen de esas relaciones fue realizado por el economista de origen húngaro Karl Polanyi en su clásico libro “La gran transformación”, publicado por primera vez en 1944 y que tiene como subtítulo “Crítica del liberalismo económico”. Allí, se argumenta de qué manera se impuso la economía de mercado y cómo ésta ha conducido a la dislocación social.

La separación del trabajo del resto de las actividades de la vida humana y su posterior separación de la tierra para someterlos a ambos a las leyes del mercado ha constituido el punto de partida de una expansión continua de estas últimas, no sin contradicciones por cierto.

En el caso del trabajo, la separación se dio a través de la aplicación del principio de libertad de contrato, que permitió romper el vínculo que unía a los individuos con las instituciones tradicionales basadas en el parentesco, las creencias y otras afinidades que de algún modo “limitaban” al individuo requiriendo su tiempo, condicionando su forma de pensar y actuar. Los impulsores de este cambio lo presentaron como un avance al promover la remoción de vínculos que consideraban contrarios al progreso en beneficio de una menor injerencia en la vida individual. Para Polanyi esta postura no hace más que expresar el predominio de una forma particular de injerencia, que destruye las relaciones no contractuales entre individuos y les impide organizarse espontáneamente.

A través de este principio se institucionaliza el mercado de trabajo cuyas consecuencias son más patentes en los países colonizados en los que hay que “forzar a los indígenas a ganarse la vida vendiendo su trabajo. Para ello es preciso destruir sus instituciones tradicionales e impedirles que se reorganicen, puesto que, en una sociedad primitiva, el individuo generalmente no se siente amenazado de morir de hambre a menos que la sociedad en su conjunto se encuentre en esa situación” (p. 267-268).

Con su cultura destruida y sufriendo –en muchos casos por primera vez– el azote del hambre, los pueblos “primitivos” no tuvieron otra alternativa que vender su fuerza de trabajo, esto es someterse al mercado de trabajo. Pero esta situación de los pueblos de ultramar ya había sido vivida tiempo antes en la propia Europa.

En lo que respecta a la tierra, separarla del hombre para hacer de ella un mercado es para Polanyi quizás “la empresa más extraña de todas las emprendidas por nuestros antepasados” (p. 289). La expansión del mercado inmobiliario se dio en distintas etapas a través de un lento proceso que debió superar varios y diversos obstáculos. En una primera etapa la comercialización del suelo –que no es más que otra forma de denominar el derrumbamiento del feudalismo– constituyó un largo proceso que se inició en el siglo XIV en los centros urbanos de Occidente y que finalizó quinientos años después cuando las revoluciones europeas dieron el golpe de gracia a los últimos restos del régimen feudal. El fin era acabar con los derechos de las instituciones tradicionales sobre la tierra, específicamente la sucesión aristocrática masculina y los derechos de la Iglesia.

La siguiente etapa, que se solapa con la primera, consistió en subordinar la tierra a las necesidades de la creciente población urbana, principalmente utilizada en la industria. De este modo se comenzó a producir para el mercado, algo completamente novedoso teniendo en cuenta que hasta ese entonces la producción estaba destinada a satisfacer las necesidades locales. En ello tuvo gran incidencia el desarrollo de los medios de transporte que favoreció la movilidad de los productos.

La tercera etapa consiste en la expansión de este modelo a las colonias y territorios de ultramar, configurándose el mercado para la tierra y sus productos a escala mundial. “La verdadera significación del librecambio proviene de haber efectuado esta gran transformación. La movilización de los productos de la tierra se extendió a las zonas rurales de las regiones tropicales y subtropicales; la división del trabajo entre industria y agricultura se generalizó a todo el planeta” (p. 293).

De este modo, la mercantilización del trabajo y de la naturaleza se consiguió luego de destruir las bases de las sociedades tradicionales. “Del hombre (bajo el nombre de trabajo) y de la naturaleza (bajo el nombre de tierra) se hacían mercancías disponibles, cosas listas para negociar, que podían ser compradas y vendidas en todas partes a un precio denominado salario, en el caso de la fuerza de trabajo, y a un precio denominado renta o arrendamiento, en lo que se refiere a la tierra” (p. 216).

Para Polanyi, al igual que para Marx y en oposición a los economistas clásicos, las leyes de mercado no forman parte de la naturaleza humana, no existe un homo economicus sino como resultado de un proceso histórico que subsumió el orden tradicional a sus propias necesidades. Pero a diferencia de Marx, quien enfatiza las condiciones objetivas, para Polanyi la economía de mercado es un sistema institucional creado deliberadamente y favorecido mediante la adopción de disposiciones legales y políticas que tenían por fin atenuar la violencia que sus transformaciones implicaban.

El sistema de mercado ha deformado nuestra visión del hombre y de la sociedad. La economía política prevaleciente ha logrado con su prédica convencernos si no de las ventajas del sistema al menos de su inevitabilidad. Esa visión deformada es la que nos impide poder entender y resolver muchos de los actuales problemas de la civilización, y entre ellos, nuestra relación con la Naturaleza.

Referencia:

Polanyi, K. (1997), La gran transformación. Crítica del liberalismo económico, Ediciones de La Piqueta, Madrid.

G. Gutiérrez Nicola es analista de información en CLAES D3E. Publicado el 3 de febrero de 2006.