por Gonzalo Gutiérrez Nicola – En los Estados Unidos está avanzando, poco a poco, una corriente de pensamiento que tiene una denominación que suena a ciencia rigurosa: “diseño inteligente”. Si uno comienza a explorar las ideas que están por detrás de ese rótulo se encuentra con nuevas versiones del “creacionismo”, una corriente que negaba la evolución de las especies y defendía que la vida correspondía a un acto de creación de un ser superior.
El diseño inteligente intenta ser una revolución inversa, o al menos busca socavar las bases de una de las revoluciones recientes en la ciencia y la cultura: la teoría de la evolución de Darwin. Durante siglos el Génesis bíblico fue la versión aceptada sobre cómo había sido creada la vida en el planeta. Las criaturas vivientes eran la prueba concluyente de la creación divina: sólo un dios omnipotente era capaz de concebir y construir un mundo con tales características.
Basándose en postulados de Aristóteles que databan del siglo IV AC la gran diversidad biológica era agrupada en distintas especies que se relacionaban en una infinita cadena, denominada la Gran Cadena del Ser, que iba de las formas más simples a las más complejas. En ese continuum el hombre ocupaba el sitio más elevado en la escala jerárquica, por encima de las demás especies y justo por debajo de los ángeles. Esta disposición en cadena había permanecido incambiada desde los tiempos de la creación y las especies, tal cual las conocemos, habían existido desde el principio.
Esta concepción no podía dar cuenta de una serie de hechos evidentes, como la discontinuidad entre el mundo vegetal y el mundo animal; y sobre todo, no podía explicar la discontinuidad entre el hombre y los monos. Alrededor de este último problema se invocaba la diferenciación racial, situándose las “razas inferiores” en proximidad a los grandes monos.
La aparición en 1859 de El origen de las especies de Charles Darwin ocasionó un gran impacto en la sociedad del siglo XIX, produciéndose una revolución de una magnitud parecida a la revolución copernicana del siglo XVI [1], cuyas implicancias nos permiten hablar de una nueva forma de concebir el mundo.
Según Darwin, las plantas y animales no siempre fueron como las conocemos hoy en día sino que han cambiado a lo largo de su existencia. El motor de ese cambio es un mecanismo llamado “selección natural” que permite que en cada especie los individuos que están mejor adaptados al medio en que viven tendrán mejores posibilidades de dejar descendencia. El ritmo en que se produce este mecanismo es lento en términos humanos, con lo cual, viendo la gran diversidad de formas vivientes, tenemos una idea de la antigüedad que tiene la vida en el planeta y que representa una historia mucho más larga que los 6.000 años defendidos en ese entonces por la Iglesia [2].
Y si las especies evolucionaron de formas anteriores, ¿qué pasaba con los humanos? En 1871, con la publicación de El origen del hombre, Darwin postula que el hombre evolucionó de un antepasado común con los monos. Con esto la singularidad humana fue puesta severamente en cuestión lo cual trajo aparejadas numerosas y enfervorizadas polémicas con teólogos e intelectuales que defendían que la vida había sido creada por designio divino. Las discusiones continuaron por mucho tiempo –y aun continúan en ciertos ámbitos– pero la victoria de Darwin es concluyente teniendo en cuenta que la casi totalidad del mundo científico dio por válida su teoría de la evolución.
Muchos de los detractores de la teoría de la evolución se agruparon en el siglo XX bajo una corriente denominada creacionismo, encabezando la lucha contra la teoría de la evolución en Estados Unidos. Uno de sus frentes de batalla era exigir que la evolución darwiniana no fuera enseñada en las escuelas o bien que se le dedique igual cantidad de horas que la explicación basada en el Génesis bíblico.
El creacionismo establece que la vida en nuestro planeta surgió a través de un acto de creación divina, es decir que detrás de la existencia de todos los seres vivos está la voluntad de un dios para crearlos. Los autores vinculados a esta corriente ponen distinto énfasis en aceptar lo que dice el Génesis en la Biblia –por ejemplo si ese acto de creación insumió seis días o más, si la duración de esos días se corresponde con la de nuestros días actuales o si en realidad el Génesis es una metáfora– pero en términos generales el relato del primer libro de la Biblia es aceptado como una explicación lógica y acabada, ya sea tomada de manera literal o figurada.
Si se tiene presente esas características está claro que el diseño inteligente se parece en mucho al creacionismo. Esta corriente surgió en los década de los 90 promovida por Phillip E. Johnson, un profesor de leyes de la Universidad de California, Berkeley, convertido al cristianismo. Para este autor, la evolución por selección natural adolece de severas limitaciones y no es capaz de explicar la vida tal cual la conocemos. La diversidad y complejidad de la vida en la Tierra serían la evidencia directa de que hay una “inteligencia superior” [3]. Cuando hablan de inteligencia superior omiten referirse a dios ya que de hacerlo estarían abriendo la puerta para que se los catalogue de no científicos. Además suministran modelos biológicos y matemáticos para dar sustento a sus afirmaciones.
Muchos de los impulsores de esta corriente provienen del ámbito académico, y la presentan como una teoría científica, situada en un plano de igualdad con la teoría de la evolución. Pero lejos de lo que podría suponerse, el diseño inteligente no ofrece argumentos realmente nuevos, antes bien es una especie de revival de los viejos argumentos creacionistas bajo un nuevo y pomposo nombre, y al igual que éstos últimos cae bajo el rótulo de lo que se denomina pseudociencia [4].
Acaso la deliberada intención de que sus postulados sean considerados como ciencia, lejos de reformular la concepción dominante en el mundo científico sobre la evolución de las especies, termine haciendo que estos hombres de fe reformulen, sin quererlo, aquello que es objeto de su fe. En efecto, para los creacionistas dios es omnipotente, y como tal, no es necesario profundizar en los detalles de la creación. Dios creó al mundo y no importa cómo lo hizo, puede hacer lo que sea y no tiene sentido que los humanos nos cuestionemos algo que nunca podremos entender. Para estos nuevos creacionistas dios es “inteligente”, es decir que se le atribuye una condición humana. La inteligencia es, para muchos, lo que nos hace distintos del resto de las especies del reino animal. Lo inteligente sería lo humano por excelencia. Pero si dios es inteligente, no es tan dios como parece, o es más humano de lo que pensábamos.
En los últimos tiempos los defensores del diseño inteligente han lanzado una seria ofensiva a varios niveles. La publicación de más de cincuenta libros sobre el tema, la realización de conferencias y debates y la aparición de artículos en medios de prensa de alcance masivo han logrado poner sus posiciones en el centro del debate. Todas estas actividades son dirigidas desde el Discovery Institute, con sede en Seattle, que cuenta con una importante financiación por parte de organizaciones religiosas y conservadoras.
El peso del diseño inteligente en ciertos ámbitos de la vida norteamericana no se basa en la solidez de sus argumentos ya que casi todos ellos han sido endebles o carentes de rigurosidad. Pero estas carencias se compensan con los estrechos vínculos establecidos con los sectores más reaccionarios de la política estadounidense, entre ellos algunos grupos allegados al propio presidente Bush. Bajo la forma de una teoría científica los sectores fundamentalistas intentan ganar terreno en un país en el que, según una reciente encuesta de Gallup, más de dos tercios de los adolescentes creen que la vida surgió por creación.
Notas:
[1] La revolución copernicana es el cambio de paradigma producido a partir de la publicación de Revolutionibus Orbium Coelestium. En esta obra Nicolás Copérnico desarrolla su teoría del universo heliocéntrico -la Tierra y los demás planetas girando alrededor del Sol- como alternativa al modelo geocéntrico de Ptolomeo -el Sol, la Luna, las estrellas y los planetas girando alrededor de una Tierra estática-.
[2] En el siglo XVII el religioso irlandés James Ussher estableció como fecha de la creación del mundo el 23 de octubre del 4004 AC. Arribó a esta fecha sumando los años transcurridos en la historia conocida con los años de las generaciones mencionadas en la Biblia.
[3] El teólogo inglés William Paley escribió en 1802 la analogía del fabricante de relojes: si encontramos un reloj tirado en un campo podemos inferir que no fue producido por procesos naturales sino que fue producido por un diseñador humano. Este mismo razonamiento es aplicado al mundo natural al cual bastaría con observarlo para encontrar la evidencia concluyente de la existencia de un creador.
[4] Se califican como pseudociencia aquellas disciplinas y conocimientos que pretenden ser científicos pero que no reúnen los elementos necesarios para ser considerados como tales.
G. Gutiérrez Nicola es analista de información en CLAES D3E. Publicado el 5 de setiembre de 2005.