por Diego Martino – Luego de los atentados terroristas del 11 de marzo en Madrid, el presidente de los Estados Unidos, George Bush, afirmaba: “Los terroristas quieren que el mundo se acobarde… lo que pasó en España nunca pasará en los EE.UU., nunca harán temblar nuestra voluntad.” Esas palabras eran también una reacción a las declaraciones de José Luis Rodríguez Zapatero, el líder del PSOE que sorpresivamente había ganado las elecciones generales prometiendo que retiraría de Irak a las tropas españolas a menos que existiera una intervención de la ONU.
Algunos considerarán que Bush es realmente un hombre muy valiente. Una persona que no se acobarda ante los ataques terroristas, siempre dispuesto a enviar “marines” a cualquier recóndito rincón del mundo. Con esas declaraciones, el presidente de EE.UU. prácticamente parecía tratar a cobardes a los españoles. Sin embargo, una análisis más detenido exige comparar los acontecimientos alrededor del atentado terrorista del 11 de Setiembre del 2001 en Nueva York, y las reacciones ante el ataque a los trenes madrileños.
En EE.UU., tras los ataques a las torres gemelas, el presidente Bush se mantenía a bordo del Air Force One volando por todo el amplio espacio aéreo del país, sin que nadie supiera dónde estaba, en ese momento terrible, el conductor del país. Por el contrario, a las pocas horas de las bombas en Madrid, el jefe de Estado español estaba dando una conferencia de prensa. Varios días tardaron en reanudarse los vuelos en EE.UU., no se veía gente en las calles, el estado de conmoción era total, y no tenían lugar encuentros masivos en ningún sitio debido al temor de un nuevo atentado. En cambio, en España, al día siguiente de los atentados, más de 11 millones de españoles y españolas salieron a las calles; en Madrid alcanzaron los dos millones de personas, demostrando así tanto la indignación como el coraje del pueblo español. Mientras en Washington los partidos políticos se unieron para apoyar los planes belicistas de Bush, promoviendo el uso del “músculo militar”, pero evitaron responder la pregunta del ingenuo ciudadano promedio (¿por qué nos odian tanto?). A diferencia de ese escenario, en España a las pocas horas de los atentados se realizaron elecciones democráticas con varios partidos y con una afluencia de votantes 8% mayor a la convocatoria anterior.
En esas elecciones el pueblo español, quizás influido por los atentados, quizás reaccionando contra el manejo de la información que hizo el gobierno del Partido Popular, decidió un cambio de rumbo y eligió al Partido Socialista Obrero Español para conducir el timón en este tiempo tan difícil. Días después, Rodríguez Zapatero declaró que retiraría las tropas de Irak, que la invasión a ese país fue un error, y que tanto Bush como Blair deben darse cuenta de ello. Las reacciones ante esos acontecimientos han sido variadas, y algunos consideraron que los terroristas cosecharon un cierto triunfo al torcer lo que parecía una victoria segura del PP. En EE.UU., Inglaterra y otros países se insistía que los terroristas lograron doblegar a España. El presidente Bush insistía con sus postura, y señalaba “Mataron en España; mataron en los EE.UU.; mataron en Turquía; mataron en Arabia Saudita; matarán donde sea que puedan y es esencial que el mundo libre se mantenga firme, fuerte y resuelto.”
Obviamente estas apreciaciones parten de una premisa falsa, al concebir que la guerra, la fuerza bruta y la violencia son la única forma de ser “firme y resuelto” y que con esa receta se pondrá fin a estos ataques. Otros países ya lo han intentado y poco han conseguido (Israel es un buen ejemplo). Una receta que siempre implica bravuconadas frente a las cámaras de televisión, donde se promete una reacción enérgica aunque se invoca a la paz mundial y la tolerancia.
Rodríguez Zapatero prometió en su campaña electoral el retiro de las tropas españolas de Irak, y tras la victoria ha repetido ese compromiso en sus primeros encuentros con la prensa. Esa decisión establece un precedente que le podrá pesar en un futuro cercano a gobernantes del estilo Bush. Pero es una decisión coherente con lo que opinaba antes de la guerra y bajo un contexto donde España demostró ser una democracia firme. En esas condiciones, cuando el 90% de la población se opone a la guerra, el gobierno de turno no puede tomar un camino contrario, tal como hizo Azanar. Un retiro de Irak no implica claudicar en la búsqueda de justicia, tanto a nivel nacional como internacional. Ese camino por cierto debe ser muy distinto a cierta justicia desterritorializada y autónoma que impone Washington manteniendo prisioneros sin garantías en la base de Guantánamo.
En esos esfuerzos, en los últimos días el pueblo español ha dado un ejemplo, tanto por la terrible tragedia que ha padecido, como por la forma en que ha reaccionado ante ella, sea en las calles como en las urnas. Será indispensable que el nuevo gobierno esté a la altura de ese ejemplo.
D. Martino es investigador de D3E, y coordinador de su oficina para América del Norte en Ottawa (Canadá).