por Jacques LeGoff – Los procesos de globalización suelen mostrar claroscuros. El actual, como ocurrió en otros momentos del pasado, hace de la exclusión y de la destrucción de la memoria las marcas sociales más contundentes.
El conocimiento de las formas anteriores de globalización es necesario para comprender la que vivimos y para adoptar las posturas que conviene asumir frente a este fenómeno. Dos obras escritas en la década del setenta se refieren a una noción capital para el problema: la de economía-mundo. Estos dos libros son el del sociólogo estadounidense Immanuel Wallerstein, The Modern World System, publicado en 1974, y el del historiador francés Fernand Braudel, Le temps du monde de su civilisation matérielle. Economie et capitalisme, XVe-XVIIIe siècle, de 1979.
En el fenómeno actual de la globalización hay una primacía de lo económico, que emerge en Occidente con el capitalismo de los siglos XVI y XVII. Como la principal señal de la mundialización fueron los precios, conviene reflexionar en el hecho de que el dinero es un fenómeno esencial en el corazón de la globalización.
Pero Fernand Braudel insiste enérgicamente en el hecho de que pensar sólo en lo económico sería no sólo un error sino también un peligro. «La historia económica del mundo, escribe, es la historia entera del mundo, pero vista desde un solo observatorio, el observatorio económico. Elegir este observatorio es privilegiar una forma de explicación unilateral y peligrosa».
Subraya que, en toda globalización, hay cuatro aspectos esenciales que constituyen órdenes: un aspecto económico, un aspecto social, un aspecto cultural, un aspecto político. Insiste asimismo en el hecho de que estos órdenes, aun cuando son útiles para analizar el fenómeno, no funcionan y no deben ser considerados separadamente, sino que, en cierto modo, forman un sistema.
Desde los fenicios
Las globalizaciones históricas señaladas por Braudel son: la fenicia antigua, Cartago, Roma, la Europa cristiana, el islam, Moscovia, China e India. Estas globalizaciones, que adoptan también la forma de imperios, en un comienzo se presentaron como construcciones esencialmente políticas: es el caso de Roma, China y la guirnalda de países dependientes de que está rodeada, y de India.
El caso de Roma me parece especialmente interesante porque los romanos tenían el sentimiento y el proyecto de extender su dominio sobre el conjunto del mundo habitado. Había entonces allí una verdadera intención globalizadora. Retomaron el término griego para designar a este mundo habitado -la ecumene- y el imperio romano se presentaba como el gobierno de la ecumene.
Por otra parte, se podrían encontrar globalizaciones parciales, por ejemplo, la Hansa que, en la Edad Media, agrupaba toda una serie de ciudades y corporaciones en la Europa del norte. Aquí aparece otra noción importante cuando se habla de globalización: la noción de red. El fenómeno de la globalización tiende a constituir redes y a apoyarse sobre ellas. La globalización implica que hay un desarrollo y conquista de espacios y sociedades. Hay una respiración de la historia entre períodos de globalización/mundialización y períodos de fragmentación. Pero existe un hilo rojo más o menos continuo de perseverancia de la globalización como futuro de la historia.
Esta tendencia es estimulada por el progreso de las técnicas y los instrumentos de comunicación. Fernand Braudel subrayaba que la globalización capitalista modelaba el espacio político-geográfico. En torno a un centro, una ciudad o una sede de un organismo de impulso como la Bolsa, funcionaban «segundos brillantes» más o menos alejados, y la relación centro-periferia dominaba este sistema espacialmente jerarquizado. Estos fueron sucesivamente Amberes, Amsterdam, Londres, Nueva York. Yo creo más en la importancia de ciertos espacios y Estados económico-políticos. En la antigüedad, fue la Roma mediterránea; desde la Edad Media hasta el siglo XV, Europa; en la actualidad, Estados Unidos.
El dominio de la globalización exige una resistencia razonable y razonada a estas hegemonías. En el fenómeno de la globalización, hay una idea de éxito, de hacer triunfar algo: pero, si hay progresos, al mismo tiempo hay infortunios que están ligados a las globalizaciones históricas y que ponen de relieve los peligros de la actual.
¿Qué le aportó Roma a esta ecumene que dominó durante siglos? Le aportó paz -la pax romana es un elemento ligado a la globalización-. En consecuencia, el espacio de la globalización puede y debe ser considerado como un espacio pacífico.
Evidentemente, es necesario saber qué significa esta pacificación, cómo ha sido obtenida – desgraciadamente, con frecuencia lo ha sido a través de la guerra- y qué representa el dominio, por pacífico que sea, que ella trajo aparejado.
La globalización romana les llevó a los habitantes o, en todo caso, a la capa superior de los habitantes de este espacio mundial, el sentimiento de una ciudadanía universal -ciudadanos del mundo-. El ejemplo más conocido es el de Pablo de Tarso, san Pablo, este judío en vías de convertirse en cristiano, que afirmaba con fuerza: «Soy ciudadano romano».
Por otra parte, la globalización romana trajo consigo la formación de un espacio jurídico; hay, por lo tanto, nociones y prácticas de derecho que están vinculadas a esta pacificación y deben acompañarla.
Por último, hay un problema que todavía experimentamos hoy: el de la lengua, la unificación lingüística.
Peligros actuales
¿Qué hay que colocar en el débito de esta globalización? Al cabo de un período considerablemente largo -varios siglos-, la globalización romana se mostró incapaz de integrar o asimilar nuevos ciudadanos, aquellos a los que llamaba «bárbaros» y que, al no poder integrarse en el espacio y el sistema romanos, se sublevaron contra este espacio.
La globalización, en general, llama a la sublevación de aquellos para quienes ella deviene no ya un beneficio sino una explotación e incluso una expulsión.
La colonización relacionada con la expansión de Europa, y que terminará bajo las formas del capitalismo, comienza en los siglos XV-XVI y afecta sobre todo a Africa y América.
Un problema muy importante para lo que es la globalización es lo que ha ocurrido desde el punto de vista de la salud, el estado biológico de las poblaciones. En esto, el balance es también desigual.
En América, el resultado fue uno globalmente catastrófico. Los colonizadores llevaron consigo involuntariamente, salvo quizá indirectamente por la difusión del alcohol, sus enfermedades, sus microbios, sus bacilos, y perturbaron profundamente, y hasta destruyeron el equilibrio biológico de los pueblos globalizados. Pero también hace falta ver cómo esta colonización trajo aparejados avances en la higiene y la medicina.
Después, no creo ceder al mito de los colonizadores franceses, en particular los del siglo XIX y la III República, si digo que la globalización debe traer y a menudo trae aparejada la difusión de la escuela, el saber, el uso de la escritura y la lectura.
Naturalmente, sobre el otro platillo de la balanza, aparecen dos grandes males: lo que llamaría la violación de las culturas anteriores de los pueblos a través de una verdadera destrucción de estas culturas. En esto hay que hacer intervenir un componente de la globalización que es la religión. Me gustaría hablar de lo que, a riesgo de ser chocante, se podría denominar los peligros del monoteísmo.
La globalización ha adquirido un carácter universal con las religiones -dejando de lado el judaísmo que sólo se dirige a una sociedad particular-, y el cristianismo y el islam, con el monoteísmo, han traído consigo una idea que fácilmente derrapa hacia la intolerancia e incluso la persecución.
Por otra parte, uno advierte que, sobre todo desde que el aspecto económico se convirtió en primordial, la globalización desarrolla, crea o exacerba las oposiciones entre pobres y ricos o dominadores. La pauperización es un mal hasta ahora casi inevitable de las globalizaciones. En definitiva, éstas han violado no sólo las culturas sino la historia. «Pueblos sin historia»: esta expresión inventada a menudo por los colonizadores afectó a poblaciones que, en realidad, tenían una historia, a menudo oral, una historia particular, y que fueron verdaderamente destruidas. La destrucción de la memoria, de la historia del pasado, es una marca terrible para una sociedad.
J. LeGoff es un destacado historiador francés. El presente artículo fue publicado en Clarín, Argentina, noviembre de 2001.